Me llamó la atención un artículo publicado recientemente en el periódico El País de España relacionado con la discriminación laboral que sufren las personas mayores.
La edad se está convirtiendo en un factor de exclusión comparable al racismo y el sexismo; sin embargo, existe una menor conciencia social sobre este atropello.
Según una encuesta encargada por la ONU, para la cual fueron entrevistadas 83.000 personas de 57 países, el 45 % de los españoles dicen haber sufrido discriminación en razón de su edad. Asimismo, un estudio de la Fundación Iseak encontró que un desempleado de 49 años tiene que enviar el doble de currículos que otro de 35 años para conseguir una entrevista de trabajo.
Los cambios demográficos están incidiendo en la forma de pensar y vivir. El invierno demográfico da lugar a una tercera forma de discriminación basada en la edad: el edadismo.
Los principales autores que hablan sobre este fenómeno son Robert N. Butler y Erdman B. Palmore. Butler introduce el término ageism. Un tercer ismo, seguido del sexismo y el racismo.
El edadismo es el miedo patológico o fobia a envejecer. Para este autor puede llegar a ser un sinónimo de gerontofobia. Palmore, por su parte, define el edadismo como “todo prejuicio o discriminación en contra o a favor de un grupo de edad”. Un estereotipo que asocia la vejez con el peor momento de la vida y puede tomar muchas formas, tales como actitudes prejuiciosas, prácticas discriminatorias o políticas y acciones institucionales que perpetúan creencias estereotipadas, según la Organización Mundial de la Salud.
Cada sociedad genera un constructo social y cultural sobre lo que significa envejecer. En la época de Platón se permitían licencias propias de la vejez a los 30 años. Hipócrates dio inicio a la vejez a los 49 años. Séneca escribía “oirás decir a muchos que en llegando a 50 años, se han de retirar a la quietud”.
En el Medievo se consideraban viejas las personas de 30 años. En el siglo XVIII, entre los 30 y 40 años para los hombres y para las mujeres mucho antes. Muy pocos alcanzaban los 50 años.
En 1789, alguien de 40 años era considerado mayor, y en 1900 todavía se creía que la vejez se iniciaba entre los 50 y 55 años. Es a partir de 1973 cuando la etapa de la vejez se fija en los 70 años.
El Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas, en su estudio World Economic and Social Survey 2007, señaló que la esperanza de vida mundial aumentó de 47 años en el período 1950-1955 a 65 años entre el 2000 y el 2005, y se espera que llegue a 75 de aquí al 2050.
Se prevé que en el 2025 se duplicará el número de personas de 60 años o más y que está cifra alcance los 2.000 millones en el 2050. La proporción de personas mayores está aumentando rápidamente, reflejo del éxito del desarrollo humano. Ello plantea desafíos como la integración y participación de las generaciones más adultas tanto en la economía como en la sociedad en general.
El aspecto cuantitativo, cronológico y biológico es lo que las culturas más han asociado a la edad. En muchas de ellas, envejecer es sinónimo de perfeccionarse, completarse. Es la época más óptima para ejercer las funciones elevadas. Una etapa de gran sabiduría.
En otras culturas se considera una decadencia, que afecta la identidad social y personal de este grupo etario. Genera, además, una serie de actitudes y comportamientos en las instituciones y la población hacia este colectivo.
Coincido con que el envejecimiento es un hecho biológico inscrito en el ser humano, pero no significa que conlleve un deterioro psicológico. Solo cuando el estado biológico llega a una fase crítica se puede dar está correspondencia.
Estudios afirman que la “transición demográfica”, término acuñado por Dirk van de Kaa y Ron Lesthaeghe a finales de la década de los ochenta, dio paso a una serie de cambios sexuales, matrimoniales y reproductivos, ligados a grandes transformaciones sociopolíticas, económicas, demográficas, institucionales e ideológicas.
El aumento de la esperanza de vida y la reducción de la natalidad son los factores clave que la impulsaron. Estos cambios han conducido a la pluralización de las formas de vida familiares, y una de sus consecuencias es el profundo impacto del envejecimiento en las sociedades.
Los encargados de formular políticas en el siglo XXI tendrán que atender este reto para evitar conductas discriminatorias, la negación de derechos y un trato desigual que muchas veces pasa inadvertido y pone en desventaja a las personas mayores.
La autora es administradora de negocios.