
La única ocasión en la que el fútbol de Costa Rica se acercó con seriedad a los estándares de competencia internacional fue durante la gestión de Jorge Luis Pinto. Sin embargo, ese esfuerzo no fue respaldado. Lo que pudo ser una transformación profunda del fútbol nacional terminó chocando con las mismas barreras culturales que nos han mantenido rezagados.
No toleramos la disciplina
Pinto fue claro: nuestro modelo competitivo no exige lo suficiente y, por el contrario, tolera la indisciplina. Las concesiones en los entrenamientos y la falta de rigor son prácticas aceptadas que nos alejan del profesionalismo.
No toleramos la evolución física
La exigencia de un rendimiento físico sostenido, capaz de responder al ritmo internacional, fue cuestionada. Pinto advirtió de que la costumbre de alternar entre correr y caminar en pleno partido nos coloca en desventaja. Además, la transición lenta de defensa a ataque es producto de un campeonato que fomenta comodidad, no intensidad.
No toleramos el profesionalismo integral
Pinto propuso un estilo de vida acorde con el de un atleta de alto rendimiento: disciplina diaria, descanso adecuado, cero excesos. Su visión apuntaba a que el futbolista costarricense tuviera una carrera corta, sí, pero en el máximo nivel competitivo y económico. El entorno –desde dirigentes hasta jugadores– rechazó ese camino.
No toleramos el cambio en nuestra idea de juego
Pinto insistió en revisar nuestra identidad futbolística: menos espectáculo innecesario, menos pérdida de tiempo y más rigor táctico. El fútbol moderno exige competencia en el uno contra uno, movilidad inteligente por zonas y una educación táctica que aquí aún no se asimila. Preferimos el improvisado “corre y lucha” sobre la estrategia.
No toleramos el conocimiento
Incluso el periodismo deportivo fue interpelado. Pinto reclamó mayor preparación técnica y táctica a quienes analizan el juego. Para elevar el nivel del fútbol, también debe elevarse la conversación pública que lo sostiene.
Lo que merecemos como afición
El aficionado costarricense –el que llena los estadios y sostiene a los clubes– merece un fútbol competitivo, honesto y de alto nivel. Jugadores que disputen el balón con autoridad, sin recurrir al engaño; que demuestren técnica, táctica y actitud en cada partido. Un fútbol que valore el arte del juego por encima de la patada fácil, el show barato o la mala intención.
Esto requiere dirigentes comprometidos con una visión de alto rendimiento y entrenadores que la estudien, la perfeccionen y la conviertan en cultura deportiva.
Solo entonces podremos decir que estamos listos para competir, exigir y hablar realmente de fútbol.
Aquel intento de transformación pasó frente a nosotros… y lo dejamos ir.