Cada año, en el Día internacional de la Lucha Contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas, el mundo reflexiona sobre una de las amenazas más persistentes y destructivas para nuestras sociedades: las drogas ilícitas y el crimen organizado que las impulsa. Este 26 de junio, la campaña de Naciones Unidas es directa: “La evidencia es clara: debemos invertir en prevención. Rompe el ciclo”. Un llamado urgente que no podemos ignorar.
El comercio ilegal de drogas es una de las actividades criminales más lucrativas y peligrosas del mundo. Su impacto va mucho más allá del consumo y la adicción: es un motor que alimenta la violencia, la corrupción, la trata de personas, la destrucción ambiental y el debilitamiento de las instituciones públicas. En América Latina y el Caribe, por ejemplo, el aumento histórico en la producción y tráfico de cocaína ha exacerbado los niveles de violencia, debilitando la capacidad del Estado para proteger a sus ciudadanos.
Adicionalmente, en la región hay señales claras de la expansión de narcolaboratorios de metanfetamina, y la presencia de drogas como la cocaína rosada, el éxtasis, la ketamina, la xilacina y los cannabinoides sintéticos genera gran preocupación en las autoridades.
Pero este problema no puede entenderse de manera aislada. La cadena del narcotráfico está íntimamente ligada a otros delitos transnacionales como el tráfico de armas, la trata de personas o la destrucción de ecosistemas naturales. Todos estos crímenes se retroalimentan, atrapando a comunidades enteras en un ciclo de pobreza, explotación, dependencia y violencia. Un ciclo que perpetúa las desigualdades, desmantela el tejido social y frena las posibilidades de desarrollo de países enteros.
Frente a esta complejidad, muchas respuestas han sido reactivas y centradas únicamente en la represión del delito. Si bien las acciones de control son necesarias, está demostrado que no son suficientes. La solución real, duradera y efectiva pasa por la prevención. Y esto no es una afirmación ideológica: es una conclusión respaldada por la ciencia, los datos y la experiencia acumulada de décadas.
Prevenir significa actuar antes de que el crimen organizado capte a los jóvenes. Significa ofrecer alternativas económicas viables a las comunidades vulnerables para que no dependan de cultivos ilícitos o economías ilegales. Prevenir implica fortalecer los sistemas educativos, garantizar acceso a la salud mental y tratamiento de adicciones, y construir redes de protección social que frenen la exclusión y la desesperanza que alimentan estas dinámicas.
Por eso, este año, el Informe mundial sobre las drogas, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), pone énfasis en la prevención como el componente más rentable de cualquier estrategia antidrogas. Invertir en educación, justicia, salud y medios de vida sostenibles es mucho más barato –y más humano– que lidiar con las consecuencias del crimen organizado, las adicciones y la violencia.
También es indispensable comprender que el problema es global. Los mercados de drogas se están expandiendo rápidamente hacia África, Asia y Europa, llevando consigo las mismas dinámicas de corrupción y criminalidad que ya conocemos en América Latina. Esto significa que ningún país puede enfrentar este desafío por sí solo. La cooperación internacional, la innovación en las respuestas y el intercambio de información son hoy más urgentes que nunca.
En la UNODC estamos comprometidos a apoyar a los Estados miembros con herramientas concretas: desde la mejora de los servicios de tratamiento y rehabilitación, el control de precursores químicos, el fortalecimiento de las capacidades de detección de las agencias de aplicación de la ley y de identificación y análisis de los laboratorios forenses, hasta el desarrollo de políticas públicas basadas en evidencia científica. Pero ninguna organización, por grande que sea, puede reemplazar la voluntad política y el compromiso sostenido de los gobiernos nacionales, la sociedad civil y el sector privado.
Romper el ciclo del narcotráfico y el crimen organizado no será fácil. Requiere tiempo, coherencia, recursos y visión de largo plazo. Pero es posible. Y, sobre todo, necesario. Detrás de cada cifra, de cada tonelada decomisada o de cada laboratorio desmantelado, hay personas, familias y comunidades que merecen un futuro mejor. La evidencia es contundente: la prevención no es un lujo ni una opción secundaria, es la inversión más inteligente que podemos hacer como sociedades. Invertir en prevención es invertir en dignidad, en seguridad, en salud y en desarrollo. Si queremos romper el ciclo, debemos empezar ahora.
Sylvie Bertrand es la representante regional de la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (UNODC).
