El martes 13 de mayo, América Latina sufrió una gran pérdida: el fallecimiento del expresidente uruguayo José Pepe Mujica. Una persona que, tanto en su discurso como en su práctica, representó los más altos estándares de solidaridad, cooperación y empatía. Un hombre que mantuvo siempre una coherencia entre lo que decía y cómo vivía, y apeló a que las y los jóvenes hicieran suyo el mensaje que él mismo encarnaba. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿realmente las juventudes están honrando el legado de don Pepe Mujica?
Adelanto mi respuesta con una rotunda negación. Don Pepe hacía un llamado a darle contenido a la vida, entendiendo que nosotros, como forma de vida diferenciada, podemos orientarla conscientemente. Ese contenido, según él, debía tener como esencia la esperanza, una esperanza que pudiera compartirse con otros y, por supuesto, con las nuevas generaciones. Dicha promoción de la esperanza cobra fuerza y efervescencia a través de la política, entendida como una forma de pasión.
Para Mujica, el progreso social está marcado por rupturas y descalabros. Sin embargo, pese a estos tropiezos, insistía en la importancia de continuar avanzando, guiados por una esperanza sustentada en la promoción de valores como la solidaridad, la empatía y la cooperación. Solo así se puede hacer frente al individualismo, una característica sintomática de la contemporaneidad. Lo preocupante es que este individualismo se encuentra presente en muchos jóvenes, incluso, de forma hipócrita, en aquellos que afirman seguir el legado de don Pepe Mujica. Por ello, deseo narrar un ejemplo que surge desde lo más profundo de la realidad humana.
Les presento a dos estudiantes universitarios, ambos con un ferviente deseo de incursionar en la política, comenzando desde la política estudiantil y buscando aportar en la vida universitaria. El primer estudiante ha ocupado cargos de representación estudiantil; al segundo, en cambio, se le ha negado la posibilidad de participar en esos espacios. Lo curioso es que ambos tienen como figura de inspiración a Pepe Mujica, y comparten con frecuencia sus discursos y frases en redes sociales y otras plataformas como forma de expresión política.
Sin embargo, en el caso del primer estudiante, existe una clara dicotomía entre su ejercicio como representante estudiantil y los principios que predicaba el expresidente uruguayo. Durante su gestión, ignoraba mensajes de texto, correos, oficios y demandas enviadas por la comunidad estudiantil. Mostraba actitudes soberbias y, en sus antecedentes, no se evidencian prácticas que promovieran la solidaridad, la empatía o la cooperación. Incluso cuando se le proponían iniciativas orientadas a fomentar esos valores, las desestimaba, a pesar de ocupar un cargo de representación estudiantil. Por último, eran evidentes sus ansias de figurar y aparecer en medios de comunicación, más por vanidad que por convicción.
Por otro lado, el segundo estudiante demuestra un compromiso genuino con el legado de Mujica. Ha concebido la política como un medio para hacer el bien, mediante acciones concretas y generosas dirigidas a la comunidad estudiantil. Entre sus prácticas destacan la donación de cuadernos y útiles a estudiantes universitarios, el pago de almuerzos en sodas universitarias para alumnos con beca socioeconómica, el apoyo con el pago de matrículas y alquileres, e incluso la compra de alimentos para estudiantes que lo necesiten. Además, ha liderado actividades de proyección social fuera del ámbito universitario, dirigidas a personas en situación de calle y a niños y niñas en centros de cuido.
Este ejemplo demuestra una incoherencia en la que viven muchas juventudes con aspiraciones políticas. Son pocos los que realmente se apegan a la narrativa política y ética de Mujica e, irónicamente, no se les permite en participar en espacios políticos, mientras muchos otros ocupan cargos sin la convicción genuina de promover el bien común.
Pablo García Monge es estudiante de Filosofía de la Universidad de Costa Rica (UCR).
