La surrealista conferencia de prensa entre Vladimir Putin y Donald Trump el 16 de julio en Helsinki, confirma los cambios tectónicos en la globalización y el orden liberal internacional creados luego de la Segunda Guerra Mundial, al punto de que la discusión en el mundo académico y político consiste en determinar si con ello se está llegando al fin del orden liberal internacional y al mismo tiempo al término de la posición de liderazgo de los Estados Unidos en el sistema internacional (Grabendorff, 2018 citando a Niblet, 2008).
Los extremos. Por un lado, la llegada de Trump inicia una forma sui generis de gestionar la política exterior al cuestionar los pilares del modelo que su mismo país construyó luego de la Segunda Guerra: la defensa del libre comercio y el multilateralismo, el sistema financiero, el modelo de cooperación militar de la OTAN, la democracia y los derechos humanos, etc.
Por otro, Putin, delinea e implementa una agresiva estrategia para lograr un estatus de poder más influyente para Rusia en el escenario internacional después del final de la Guerra Fría; la historia no ha finalizado. Putin, además, busca equilibrar el rol de la Unión Europea (UE), o incluso desdibujar el peso geopolítico y ético de la UE por un modelo de desarrollo centrado en el ser humano, en momentos en que el hasta ahora más sólido modelo de integración se debilita por el brexit.
Se pasa, de ese modo, en el plano político, a una retórica caracterizada por nuevos conceptos centrados en fuertes nacionalismos internos (populismos de izquierda y derecha) y por el regreso del gusto por arreglos bilaterales para ejercer el poder. A la postre, se muda la política exterior de una visión cooperativa a una más competitiva, ¿y confrontativa?
Mientras, en el plano comercial, esencia de la globalización económica, se adoptan prácticas del pasado como la imposición de aranceles para ganar influencia a contrapelo de los principios que sustentan las cadenas internacionales de producción.
Al mismo tiempo, el notable crecimiento de China junto con la emergencia de otros actores asiáticos da lugar a que el centro del dinamismo económico mundial se desplazara del Atlántico al Pacífico con las consecuentes implicaciones geopolíticas como el cuestionamiento a la legitimidad de las reglas y valores de la gobernanza global occidental.
Fin de una era. Estamos presenciando una especie de desintegración del sistema internacional de los últimos cincuenta años sin que haya claridad, dada la ausencia de liderazgos robustos y creíbles, de cómo o qué ocupará el vacío dejado por las potencias hegemónicas en retirada.
A escala de los países, esto se refleja en la pérdida de confianza en los procesos democráticos que, a su vez, afecta la toma de decisiones con base en los valores de la democracia liberal. De ahí los populismos.
Quizás, un elemento favorable del presente momento es que ha permitido la generación de una conciencia en Occidente acerca de los defectos de este modelo de desarrollo y de la actual forma de la globalización, lo que promueve como respuesta una renovación geopolítica que permita emparejar la cancha a partir de llamados como el del 2004 de la World Commission on the Social Dimensions of Globalization o de la misma Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible.
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Ante este panorama poco alentador, iniciativas como la economía del bien común (EBC) de Christian Felber (www.economiadelbiencomun.org) que promueve un modelo alternativo a los grandes modelos históricos –el capitalismo de mercado y la economía planificada (comunismo)– con base en valores presentes en muchas constituciones de los países, como la dignidad humana, igualdad, democracia, transparencia y la sostenibilidad ecológica, son opciones interesantes de tener en cuenta para saber cómo lo están haciendo cientos de empresas, municipios, organizaciones y universidades prestigiosas alrededor del mundo.
La EBC es un modelo económico sostenible orientado a la cohesión social. La propuesta central es que la economía debe estar al servicio del bien común asumiendo que el dinero y el capital son instrumentos para el bien común, no fines en sí mismos.
La autora es internacionalista.