Casi nunca utilizo en mis escritos frases hechas ni expresiones cliché. No obstante, tampoco las descarto, sobre todo si el enunciado de quien “ha pasado por donde asustan” calza “como anillo al dedo” o le cae “como san Juan a 24” a Gaetano Pandolfo Rímolo, el personaje a quien dedico estas líneas.
Junto con su trayectoria periodística, Pandolfo protagonizó en lo personal un extenso y doloroso transitar “sobre el filo de la navaja”, la vertiginosa caída por los laberintos del alcohol hasta las profundidades del drama y, cuando todo parecía perdido para él y sus seres queridos, el 22 de julio de 1985, Tano empezó a emerger de las tinieblas. Hace ya cuatro décadas y hasta el sol de hoy, está convertido en un ser luminoso, referente de la sociedad.

“Hasta el sol de hoy” coincide con el “solo por hoy”, lema de la organización Alcohólicos Anónimos: Un día a la vez y así todos los días. Al amanecer, una nueva oportunidad; al anochecer, un día más en sobriedad, tales son los significativos logros de una persona que aprecia el diario vivir y placeres tan sencillos como el sabor humeante de una taza de café, la conversación amena, extensa y variopinta, tanto como el ejercicio del periodismo escrito y radiofónico.
Gaetano Pandolfo fue de los primeros graduados de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Costa Rica. Comenzó a fijar su impronta como reportero, cronista y analista de fútbol, baloncesto, beisbol, tenis y natación, a través de coberturas en centros deportivos nacionales e internacionales. Con su pluma valiente y de fino estilo literario, ha emborronado cientos de cuartillas en la columna de opinión más longeva del país, La nota de Tano, en La República, además del micrófono que modera con destreza desde hace 31 años en su programa Tano qué tal, en radio Monumental.
Lejos de perder relevancia, su libro Para nunca olvidar es una obra testimonial de palpitante actualidad, espejo y voz de alerta ante el drama del alcoholismo y la drogadicción, flagelos que, lejos de desaparecer, recrudecen en todos los estratos sociales de nuestros tiempos difíciles. Vomitar el hígado en pedazos, expulsar bilis verde y amarilla, apretarse el estómago para después botar algo, y después ingerir esos primeros tragos para “sostenerse”. Son momentos en que el hombre desea la muerte, instantes en que el alcohólico desea de corazón dejar de beber, y lo promete, y llora sentado en la taza de los escusados, y suplica, y le pide a Dios delante de un espejo, al ver su rostro abotagado y sus ojos inyectados de sangre…
En esta descripción del Tano prisionero del infierno sin llamas que comenzó a vivir desde su niñez, merced a travesuras y excesos con el dulzor del vino, confiesa su caída de horror con un firme propósito: “Si un solo ser humano, hombre o mujer, después de leer este testimonio, deja de beber alcohol, desnudarse en esta obra habrá valido la pena”.
El jueves 15 de mayo, un caballero elegante subió al escenario del Teatro Nacional a recibir el Premio Nacional Pío Víquez, máximo galardón al periodismo en Costa Rica, otorgado por el Gobierno de la República. Al tomar el trofeo, Tano se volvió al público y levantó los brazos en señal de su gesta profesional, con el nutrido, espontáneo y sincero aplauso de la concurrencia.
El título Gritos de sobriedad no me pertenece. Lo tomo prestado de una novela en ciernes de Pandolfo. Ante su madre, postrada en una cama de hospital, casi en susurros, Tano le pedía que partiera tranquila a la eternidad. “Ella está agonizando y no puede oírlo, alce la voz”, le sugirió una enfermera. “Atendí la respetuosa indicación y conforme desgranaba mis gritos de sobriedad, sabía que mamá comprendía plenamente. Me lo decía con su mirada”, recuerda Pandolfo. Por eso y más, una de las dedicatorias del escritor en Para nunca olvidar, expresa: “A mamá: por sus oraciones, porque nunca perdió la esperanza y porque siempre me abrió la puerta”.
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Roberto García H. es periodista.
