Cuenta una leyenda colombiana que hubo un músico, Francisco el Hombre, quien luego de sus fiestas regresaba a casa de noche tocando el acordeón y que, en la lejanía, siempre alguien respondía su música mejorando la interpretación.
Así muchas muchas veces hasta que en una ocasión ese alguien tocó primero y Francisco le respondió superando lo que escuchó. Entonces, vio en el bosque a ese ser que se le apareció con acordeón al pecho y le dijo: “Por haber superado mi interpretación y por mis poderes, haré que desaparezcan tus demonios”.
El Francisco del que ahora escribo, igual que el de la leyenda, superó mucho de lo que escuchó, dentro y fuera de la música, componiendo letras y melodías, muchas más de las conocidas.
Música revalorizada. A diez años de su partida (25 de julio del 2006) se ha iniciado una revaloración de la producción musical del “Músico del Siglo XX en Costa Rica”, según La Nación. Algunas emisoras programan ahora su música y grupos jóvenes la interpretan.
Francisco Navarrete Ortiz, el hombre, fue un ser extraordinario (Paco Navarrete, el músico, fue extraordinario también). Lo conocí en noviembre de 1970 y, desde entonces, con lapsos de lejanía, mantuvimos una amistad enorme, que se hizo entrañable en los últimos 30 años.
No obstante ello, nunca le llamé Paco, siempre Francisco. A pocas semanas de su dolorosa partida le dijo a sus adorables hijas: “A este carajo, díganle tío porque es como un hermano”.
Bohemio puro, enamorado de la vida, de la música, un romántico amante del amor, de la mujer (amó a su madre y a su esposa, y a sus hijas las adoró) y del piano, aunque no le fueron extraños ni la guitarra ni el acordeón, gracias a su oído absoluto.
De niño, sin educación musical, se sentaba al piano y sorprendía a quienes lo escuchaban. Lo escuchaban y lo querían. ¡Es que se daba a querer; no le conocí enemigo, ni alguien a quien él no quisiera!
Música nocturna, vaso en la mano, conversador afable, jugador de mesa, de noches largas. También fue deportista. Practicó el básquetbol y fue bueno. Chiquito, pero matón.
Dijo varias veces la Licda. Clemencia Conejo: “Si en los tiempos de Paco hubiese existido la regla de los encestes de tres puntos, él habría sido insuperable, hasta ahora, tal su maestría para lanzarlos”.
Grandes voces. Al amor le cantó con sentimiento en la voz de excelentes intérpretes, pues tuvo la astucia de escoger para sus grupos privilegiadas gargantas: Chico Brenes, Asdrúbal Zamora, Wilky Bolaños, Gloria Estela, Cali Alemán, Sandra Solano, Johnny y Franz León, Fernando Castro, María Vargas, Marcos Torres, Orestes, Jenny Solano y Sandy León, entre otras.
Él le dio el empujón a muchos que después triunfaron solos. Pero alegre como era, porque sabía serlo, también cantó a la alegría, al vacilón; la cumbia, el merengue, el mambo, el chachachá y ¡la salsa!, desfilaban y se contoneaban en sus teclas y acompañamientos. De ello pueden hablar sus discotecas Bocaccio y Etc.
Siempre preocupado por el bienestar de todos, desde muy temprano pidió mesa para sus músicos y mandó al carajo el “tocar por la puerta” y les dio salario.
Como la fama y el dinero no eran sus metas, no amasó fortuna. No le importó, y creyó que no le afectaba que lo “chulearan” algunos amigotes. Desprendido, no midió consecuencias.
Era un hombre con todo lo bueno y algunas inocentadas que tienen los hombres buenos. Amó a Jesús y a los amigos. Tuvo también sus rabietas de ira y coraje, pero nunca guiaron sus actos. ¡No!
Perseverante. Fue un hombre bueno, muy bueno. Algunos baches en su vida musical y personal hicieron que el piano y los sitios que acogían a sus seguidores callaran algunas veces. Pero como sonaba mejor que aquel que lo tentaba, como tocaba mejor de lo que muchos creían, pudo vencer su demonio. Había que oírlo improvisando sobre temas como Manhathan, Moonlight serenade, E l truco de Pernambuco o Tico tico, entre otras pruebas para pianistas de verdad. ¡Fuera de serie!
Como los hombres de verdad, limpió la mesa, sacudió el piano, respiró profundo y arrancó de nuevo. Aquella historia que se inició en 1962 volvía a tomar fuerza. Quería, me dijo días antes de partir, grabar un disco en el que sus amigos Otto Vargas, Juan Carlos Stanek, Rafa Pérez, Kikos Fonseca, Carlos Lachner, Ray Tico, Ronaldo Pitusa, Solón Sirias, Toñito Badilla, Rony Soto, Pigo Maffioli, Alfredo Barboza y yo, participáramos individual y grupalmente, cantando o tocando. ¡Pero no se pudo!
Aunque venció a sus diablos, fue tarde. Una vida de 65 años y 50 de carrera musical quedaron truncadas. Sensibilidad y vocación, trabajo y talento quedaron ahí. El piano se vistió para siempre de negro.
Solo queda recordar al hombre bueno, al músico grande y su herencia de tantísimos acetatos. ¡A Francisco el hombre! Como la vida da vueltas: “Por ahí por ahí, qué caray, nos veremos dentro de un ratito, sí, sí, nos veremos, nos veremos…”, digo hoy usando este estribillo que cantaban sus grupos a la hora del descanso.
El autor es profesor jubilado de Artes Plásticas.