El periódico La Nación publicó el 19 de febrero un artículo bajo el título “Complicado proceso deja sin castigo a acosadores callejeros”, el cual llama la atención porque un artículo del Código Penal sanciona el comportamiento acosador.
No obstante, el acoso sexual callejero solo es considerado una contravención por ser una conducta antijurídica “de poca gravedad”. La figura castiga el acto, pero no lo considera lo suficientemente grave para tener la categoría de delito; por tanto, a quien acose en la calle se le “castiga” con días multa. El proceso de acudir a las autoridades y eliminar tal comportamiento no soluciona el problema porque no ataca la raíz.
Violencia minimizada. En la cultura costarricense, androcéntrica, machista y patriarcal, se normaliza tocar a las mujeres. Sí, tocarlas, con miradas, con palabras, con insinuaciones, con comportamientos sexuales impropios, con gestos.
Se toca a las mujeres en forma impúdica y no deseada. Pero no tiene por qué ser así si no lo desean. Quizás es simple plasmarlo en un papel y decirlo. Sin embargo, el cambio cultural y la percepción aún están lejos de cambiar.
Tal invasión del espacio personal es violenta. El hombre se impone porque lo aprendió. Es un oculto permitido frente a la negación de la mujer. El hombre se hace destacar con silbidos, gestos, palabras de patán e, incluso, con amenazas.
La mujer camina y acepta la violencia callejera. De alguna manera, la cultura se construyó así: él toca los derechos de ella, los mancilla y avanza a partir de los límites de sí mismo hasta transgredir los de ella, como si fuera de su propiedad.
Una ley no resuelve esta forma de violencia. Las mujeres deberían tener derecho a caminar por la calle con libertad, a no ser juzgadas por como visten, a vivir su cotidianidad y a ser libres porque el acoso sexual callejero atenta contra los derechos humanos de las personas, y las mujeres son las principales víctimas de tal práctica.
Ante la situación, surgen un sinnúmero de interrogantes: ¿Quiénes reproducen las condiciones femeninas y masculinas? ¿Cómo aspirar a formas de vida donde no se cosifique a ninguna persona y menos por su condición de mujer?
Parafraseando a Marcela Lagarde, ¿de qué manera se puede generar un desarrollo social y cultural en el cual se favorezca el crecimiento, el respeto a los derechos humanos y una mejora en la calidad de vida de todas las personas? ¿Cómo crecer sin miedo de estar sola en un lugar, un baño, la calle, el barrio, la propia casa?
Un cambio es urgente y posible. Desde que los niños están en preescolar, en sus hogares y en cualquier ámbito, necesitan reconocer formas de relación saludables y no violentas.
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La autora es filóloga.