En marzo del 2019, mientras me encontraba en el Congreso Mundial de Lagos Volcánicos, tuve la oportunidad de visitar el volcán White Island, en Nueva Zelanda. En la fila de espera para tomar el barco, había niños con sus padres y adultos mayores. Otros, con más recursos económicos, aguardaban un helicóptero para aterrizar directamente en el cráter.
El único requisito para llegar a este volcán activo era tener el dinero para pagar el boleto, algo que para mí, como vulcanólogo, fue desconcertante.
El 9 de diciembre, a las 2:11 p. m. hora de Nueva Zelanda (7:11 p. m. del domingo 8 de diciembre en Costa Rica), el volcán White Island hizo erupción en un momento cuando turistas estaban dentro del cráter. Semanas antes, el volcán había aumentado ligeramente la actividad y dos terremotos tectónicos ocurrieron cerca, factores que pudieron aportar a lo que llamamos “inquietud volcánica”.
A inicios de diciembre, aumentó el nivel de alerta a 2, en una escala de 5. A pesar de ello, la visitación continuó.
La magnitud de este evento se debió principalmente a que el gas caliente que está a presión en el interior del volcán llegó a un umbral. Este gas tiene la capacidad de expandirse hasta más de 1.500 veces en cuestión de segundos, es decir, una burbuja de 1 milímetro creció más de 1,5 metros, suficiente para fracturar la roca. Es usual que la acumulación de presión interna aumente muy lentamente y los instrumentos de medición no la detecten.
Víctimas. En primer lugar, sabemos que es un volcán históricamente activo. Hizo erupción en el 2016, el 2012 y en los años setenta, y, en 1914, un deslizamiento mató a 10 personas. Segundo, es un sitio privado.
En tercer lugar, la explosión reciente tuvo dos peligros particulares: al expandirse, el gas fractura la roca y la expulsa a una velocidad superior a los 200 kilómetros por hora (km/h); a eso le llamamos material balístico.
El gas es caliente, por tanto, llega a generar corrientes piroclásticas de densidad. En palabras simples, es gas volcánico caliente (cerca de 80 °C) con partículas sólidas moviéndose a unos 100 km/h y que se expande constantemente. Es una mezcla letal.
Las víctimas tienen las mismas características de aquel marzo del 2019: niños y adultos mayores. Se registraban hasta ayer 25 heridos y 16 fallecidos debido a golpes de rocas y serias quemaduras en la piel y pulmones por los gases.
Según reportan los médicos, el 70 % de los heridos tendrá secuelas de por vida y, lastimosamente, el número de muertes puede aumentar.
Otros volcanes. Erupciones como la del White Island son menospreciadas debido a que se consideran “pequeñas” como para quedar registradas en el tiempo geológico del volcán, así como por su inusual frecuencia.
Se dice que del 100 % de las erupciones, un 5 % son similares a la del White Island. Sin embargo, tales acontecimientos “silenciosos” son responsables del 20 % de las víctimas.
Muchos volcanes de este tipo son lugares turísticos, donde, al igual que en el de Nueva Zelanda, no se toman medidas de protección para el visitante.
Estas erupciones son comunes en el llamado “cinturón de fuego” del Pacífico, donde se ubica el 75 % de los volcanes activos del mundo. Algo similar ocurrió en el 2014 en el volcán Ontake, en Japón, evento que dejó un saldo de 50 muertos. Los volcanes Rincón de la Vieja, Poás y Turrialba, comúnmente registran este tipo de explosiones.
La visitación a los volcanes capaces de repetir erupciones como las descritas debe ser manejada con más precaución y aprender las lecciones de las consecuencias de la reciente explosión en Nueva Zelanda.
Es necesario educar a la población sobre el entorno volcánico en que viven, no solo desde la perspectiva de la amenaza, sino también mostrándoles beneficios como ecosistemas únicos, la producción energética y el desarrollo sostenible, a fin de crear una sociedad más segura y consciente de su lugar de residencia.
Los volcanes nos brindan muchísimas riquezas, sin embargo, debemos darles espacio. En el caso del White Island, evidentemente no se le dio el necesario.
El autor es vulcanólogo.