No soy el nuevo Martín Lutero ni pretendo serlo. No quiero escribir 95 tesis porque con una me basta. No pretendo generar polémica, sino pensamiento. No soy de armas tomar; prefiero argumentos. Soy solo un joven pensador. Equivocado, dirán; loco, también. Pero diferente.
Siento como si las cosas fueran las mismas. Como si la llamada sociedad de los millennials siguiera siendo la misma vivida por nuestros tatarabuelos, por sumisa, conservadora, apegada “al de arriba” y rezando para eliminar las nuevas influencias que amenazan su sagrado credo religioso. La única diferencia es que las personas tienen un celular para desahogarse o ahogarse, pero es inútil.
Fui creyente. Conforme crecía y estudiaba la historia, me di cuenta de hechos atroces, casi surrealistas, que marcan nuestro presente por más que tengamos orejas de palo. Desde África hasta Latinoamérica, nos han impuesto su manera de creer, nos han arrebatado nuestra antiquísima cultura que nadie pudo conocer, nos dividieron, nos violaron, nos saquearon.
El problema no radica en lo material, sino en la mentalidad. Una violación constante basada en argumentos de una sola parte, nunca la verdad completa. Puesto que aquí la razón y la verdad científica, filosófica, histórica y política no importan.
El imperio del miedo es su arma secreta. Es el arma que mata a más personas que una guerra, más que la Kosovo, más que la Siria. Porque la guerra de la que hablo lleva generaciones de generaciones, más de 500 años; es silenciosa, mortal y ha desplazado a millones de personas que han sido juzgadas o condenadas por no seguir las creencias, por no pensar igual y por buscar una nueva forma de pensamiento.
Familias divididas. Ese imperio es tan terrible que no pretende lo superficial, en primera instancia, sino las familias, puesto que sabe que es ahí donde genera más daño, más rencor, más división y más miedo para controlar a las masas.
En los colegios, leemos literatura machista de los siglos XIX y XX, pero ¿para qué ir tan lejos si cada estudiante lo vive a flor de piel? “No salgás así, no hagás esto, ¿qué pensará nuestra familia?, ¿por qué no sos normal?, las mujeres no hacen esto ni lo otro”; son frases que no es necesario buscar en un libro de aquellos años para entender cómo era la situación porque seguimos viviéndola.
Han entrenado tan bien a nuestros superiores (llamados padres), que la amenaza es latente en todo momento. Usan el miedo a la perfección, saben cómo imponer barreras mentales, estereotipos y las apariencias son sus mejores aliadas.
Justificaciones como qué debe hacer el hombre y qué la mujer logran cegar la razón, el pensamiento crítico, las posibilidades del pensamiento. Curiosamente, al pensar diferente se es perseguido, como en la Ilustración en el siglo XVIII.
Es curioso que el país lucha por una educación sexual orientada por las universidades estatales, pero el clero se opone y, por consiguiente, el pobre les sigue la corriente, solo porque ellos lo dicen. Después se murmura en las calles sobre los embarazos adolescentes, el prejuicio y las típicas preguntas pueblerinas que se remontan al siglo XIX, juzgando que por qué no se cuidó, por qué no hizo esto o lo otro, cuando nunca se habla de eso en la casa porque se es impura.
Masa crítica. Es increíble que un país siga atado a una religión en pleno siglo XXI; lo que sí es un hecho es que cada uno de nosotros puede cambiar los pensamientos impuestos.
La información está a nuestro alcance: rompa estereotipos, investigue, sea crítico porque solo así es como nos armamos de valor para denunciar lo que pasa. No hablo de una revolución como la francesa. Hablo de una revolución suya, mental. Es su vida y usted decide cómo vivirla.
Solo reflexione lo siguiente: cuando usted lee la historia, se da cuenta de que el conocimiento nos dio el valor para decir basta ya de dominio español y hacer valer nuestros derechos como latinoamericanos que somos.
Grandes líderes fueron perseguidos o ejecutados por ir en contra de lo que la sociedad consideraba “correcto”, y al final obtuvieron más apoyo de lo esperado a pesar de no vivirlo porque protestaban desde la tumba.
Cierro con estas dos frases: “El mayor miedo de la religión es el conocimiento” y “Quien es capaz de informarse y nutrir su mente de cosas que quiere, es capaz de salir por un momento de su realidad y actuar conforme lo quiere”.
El autor es estudiante de secundaria.