El 31 de marzo de 1918 el estudiantado se alzó con un fin específico: barrer los dogmas arcaicos de su casa de enseñanza como si de telarañas viejas se tratase. Córdoba, madre de las universidades argentinas, dio a luz a uno de los cimientos fundamentales de la educación en América Latina: la autonomía universitaria.
Más de cien años después y a unos cuantos kilómetros de distancia, se trae a colación la autonomía, pero ahora con tintes polémicos, aduciendo que el mayor logro del estudiantado latinoamericano (probablemente en toda la historia de su existencia) se transformó en un contrapeso para la eficiencia en el funcionamiento universitario, así como para el devenir de los asuntos nacionales costarricenses.
¿Qué causó tal vuelco de las circunstancias? Habría que remontarse nuevamente a la génesis de esta idea, el pueblo argentino de 1918. Un pueblo disidente, compuesto por migrantes de clases medias y bajas que se había cansado del monopolio que ejercían las élites sobre la educación superior.
Sí, ya les habían permitido estudiar allí, pero ese grupo con sed de conocimiento no se conformaría con ser admitido y discriminado en ese mismo lugar.
Con valentía y magnanimidad, dignos de un relato homérico, así procedieron los estudiantes con un fin: dar inicio a la catarsis de sus casas de enseñanza. Ya era tiempo de que se renovaran los conocimientos, la administración y, ¿por qué no?, los profesores que allí radicaban.
Esta huelga pasaría a la historia como la reforma de Córdoba, inmortalizada en el manifiesto de Deodoro Roca, quien estampó con tinta su famosa frase «los dolores que quedan son las libertades que faltan».
Acceso al conocimiento. La hazaña del pueblo abre un portillo para la lucha por la libertad de acceso al conocimiento, lo cual se permite por medio de las universidades públicas. Es, entonces, un hito en la historia de la libertad latinoamericana.
¿Por qué, entonces, resulta polémico? Por una simple razón. A pesar de que la autonomía prevaleció —con altibajos notorios, mas perenne siempre—, los ideales que motivaron la llegada de esta fueron olvidados por muchos.
Los estudiantes, con su espíritu altanero y rebelde, han sido utilizados como carne de cañón por los sindicatos internos y algunos profesores y administrativos, quienes aprovechan el noble concepto de la autonomía para mantener sus privilegios intactos.
Costa Rica repite la historia de una Córdoba de 1918. Las casas de enseñanza se encuentran abarrotadas de individuos de las élites cuya misión de crear conocimiento fue suplantada por una idea de enriquecimiento, todo esto sustentado en un sistema obsoleto que premia la longevidad de sus trabajadores en lugar de su calidad y los aportes que estos le dan a la institución.
Y ante la ausencia de unión estudiantil, producida, en parte, por los viles actos para los que se han prestado algunas facciones universitarias, no existe un Deodoro Roca que lidere la historia hacia su nuevo amanecer.
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Intocables. La libertad nunca debería ser cuestión de polémica, por lo que la autonomía como tal resulta incuestionable, al menos en su esencia e ideales de fondo.
El problema yace en aquellos que, cobijados por esta garantía y defendidos por el pueblo estudiantil, duermen tranquilos bajo sus estatus de intocables.
La reforma de Córdoba fue el inicio de una reforma social justa y necesaria. Sin ella, la idea noble no pasa de ser más que una idea, la educación continuará siendo dominada por un grupo selecto; en lugar de ser una fuente de conocimiento creada por y para el pueblo; y las universidades seguirán llenándose de las telarañas que alguna vez quiso barrer el estudiantado cordobés.
El autor es estudiante de Economía.