«El efecto covid». Así, denomina la empresa Qustodio el aumento exponencial del uso de pantallas por la juventud en el último año.
La empresa rastrea la utilización de miles de dispositivos por niños y niñas de 4 a 15 años en el mundo y estima que, en el apogeo de los cierres de escuelas, dedicaron, en promedio, nueve horas al día a estar en línea.
Las pantallas pasaron a ser parte central de la vida de las familias. A través de ellas, reciben clases virtuales, socializan e invierten su tiempo libre. Los progenitores, por su lado, les sacan partido para laborar y como aliadas en el cuidado de sus hijos e hijas, para así poder manejar la carga entre sus trabajos y las responsabilidades en el hogar.
Es de preverse que si las familias tenían reglas sobre el uso de pantallas antes de la pandemia estas hayan sido flexibilizadas, en gran medida, para ajustarse a la nueva realidad.
Steve Wilson, director en NortonLifeLock, para quien el reto de equilibrar el tiempo durante la infancia ante las pantalla no desaparecerá pronto, también considera que la tecnología es un salvavidas durante la pandemia para contactar a amistades y familiares cuando estemos bajo las restricciones más enérgicas y mantenerse al día en el trabajo y la escuela.
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Demanda de dispositivos. No solo se disparó el tiempo ante las pantallas. Según el estudio Screens & Quarantine: Digital Parenting in a Pandemic, presentado el 31 de agosto del 2020, aumentó la compra de dispositivos para destinarlos al estudio y la virtualidad.
Según la investigación, la pandemia habría alterado permanentemente los hábitos tecnológicos familiares. Los participantes expresaron una especie de desesperanza; seguir las reglas prepandémicas no solo parece poco práctico, puede sentirse hasta estricto mantener a los niños y niñas alejados de una fuente fundamental de socialización.
La comunidad estudiantil no solo varió su manera de socializar, antes en persona y ahora por medio de las redes sociales, y los juegos en línea, sino también sus costumbres escolares.
Jenny Radesky, pediatra de la Universidad de Michigan que estudia el uso de la tecnología móvil en la infancia, afirma que a través de la enseñanza virtual las niñas y los niños han tenido la oportunidad de aprender a hacer múltiples tareas a la vez.
Aunque inicialmente se vea como una ventaja, está comprobado que el cerebro está diseñado para manejar eficazmente solo una actividad a la vez. El aprendizaje ante la pantalla ayuda a los jóvenes a escapar de todo momento incómodo que enfrenten. Si están haciendo tareas escolares que los aburren, pueden moverse fácilmente a un capullo de placer y ver sus redes sociales, chatear con sus amistades o ponerse a jugar con sus consolas.
Proceso en evolución. El efecto covid no ocurrió de la noche a la mañana, como la pandemia. La digitalización masiva lleva años en proceso y la pandemia lo que hizo fue sedimentarla.
No solo existe la necesidad de tener una pantalla para participar en la vida diaria, sino también algo mucho más preocupante: la imposición de una pseudocultura, que reemplaza la tradicional.
La crianza nunca fue fácil, pero en los últimos años el rol de padres y madres se volvió más complejo. La lista de tareas y responsabilidades son extensas y, además, los desafíos son muy específicos y están presentes simplemente porque somos madres y padres dentro de una contracultura.
La periodista Ellen Goodman afirma que los medios de comunicación corporativos son la cultura dominante en la vida durante la niñez actual. Los progenitores son la alternativa.
Antes criábamos a las hijas y los hijos de acuerdo con los mensajes culturales dominantes. Hoy se espera que los criemos en oposición a ello.
En una sociedad altamente tecnológica y fragmentada, los papás y mamás se sienten aislados, incomprendidos y confundidos. Los conglomerados globales influyen en comportamientos y actitudes en una escala sin precedentes.
Dimitri Christakis, director del Centro para la Salud, el Comportamiento y el Desarrollo infantil, con sede en Seattle, explica que la exposición a las pantallas durante la pandemia ha sido un regalo para los medios corporativos, porque les han dado un público cautivo: los de menos edad.
A los investigadores les preocupa que los dispositivos son un sustituto deficiente de las actividades fundamentales para la salud, el desarrollo social y físico, incluidos el juego y otras interacciones que ayudan a aprender a enfrentar situaciones sociales difíciles durante la infancia y adolescencia. Además, se ha podido establecer una correlación clara y directa entre el aumento del uso de pantallas y la ansiedad, la depresión, la obesidad, la agresión y la adicción en esas etapas tempranas de la vida.
Tratamientos contra la abstinencia. Mientras poco a poco entramos en la pospandemia, habrá un período de síntomas de abstinencia épico, subraya Keith Humphreys, profesor de Psicología en la Universidad de Stanford, experto en adicciones, y, como sucede con toda dependencia, será necesario que los jóvenes mantengan la atención en interacciones normales sin recibir una recompensa cada pocos segundos.
Un factor esperanzador es que en la adolescencia los cerebros se consideran plásticos, capaces de adaptarse y cambiar según las circunstancias; tal habilidad les ayudaría a encontrar de nuevo la satisfacción en un mundo real y no en línea. Cabe destacar que romper el hábito se hace más difícil cuanto más tiempo se sumergen en la estimulación digital.
El factor determinante será el empoderamiento de las madres y los padres en el proceso de crianza, en el conocimiento de los factores inherentes que necesitan los cerebros en las respectivas etapas del crecimiento y saber que en la realización no figuran las pantallas dentro de los requerimientos esenciales para un desarrollo óptimo.
La autora es consultora educativa.