“America first” es el nuevo lema que se oye repetir a los funcionarios del Gobierno estadounidense en cada conferencia de prensa. Si bien hasta ahora la mayor parte de la atención de la nueva administración Trump se ha centrado en los aranceles y el desbalance comercial que Estados Unidos tiene con el resto del mundo, un tema subyacente comienza a salir a flote.
La nueva doctrina no se limita al comercio mundial, ni tampoco al gobierno estadounidense; incluye también al poderoso sector corporativo. Se trata de un replanteamiento integral de la organización y el funcionamiento de EE. UU. como país, con el fin de asegurar su supremacía en el mundo ante el ascenso de China.
Que un gobierno estadounidense proponga una idea de este tipo no es sorprendente ni nuevo. Sin embargo, que lo haga el gerente general de una empresa billonaria del sector tecnológico amerita un análisis más profundo. Alexander Karp, gerente general de Palantir, aboga en su libro La república tecnológica por un rol dominante del Estado en la sociedad y la economía para que EE. UU. pueda mantenerse como líder del planeta.
Karp, amigo de Peter Thiel (exsocio de Elon Musk en PayPal e impulsor de JD Vance a la vicepresidencia del país), critica la irrelevancia estratégica de las compañías de Silicon Valley, las cuales han creado tecnologías revolucionarias para dedicarlas a productos de consumo masivo, como las redes sociales, y que no contribuyen a resolver los verdaderos problemas del país ni del planeta. De paso, reconoce que el mercado no ha sido un buen asignador de recursos, ya que precisamente premia a las compañías exclusivamente por su capacidad de generar ganancias, a pesar de su bajo valor “estratégico” para la sociedad.
Al contrastar esta realidad con el rápido avance de China en todos los campos, resalta la necesidad de un Estado que pueda identificar y usar los recursos en función a los intereses “estratégicos” de la Nación. Para EE. UU. no es algo nuevo, y ya ha sucedido en el pasado; precisamente, el origen de Silicon Valley está ligado a programas masivos de financiamiento federal, contratos federales y programas de investigación patrocinados por el Gobierno.
Karp, quien se declara progresista y demócrata, no se limita al campo económico, sino que va hasta el extremo de criticar a sus “colegas”, quienes, por preconcepciones “morales”, han decidido no colaborar con la industria de defensa, aun cuando es necesario para el Estado mantener el liderazgo en ese campo.
En resumen, una parte significativa de la élite de EE. UU. piensa que estamos en un escenario similar al vivido durante la Segunda Guerra Mundial, en el que el Estado debe disponer y decidir sobre los recursos necesarios para asegurar la supremacía mundial.
Si hay un tema sobre el que los demócratas y los republicanos están de acuerdo, es que el rival que se debe vencer es China. Esa visión está transformando la manera en que EE. UU. se relaciona con el resto del mundo, lo cual impactará significativamente a muchos países, según el rol “estratégico” que puedan jugar.
Como recuerda mucha gente que creció en la década de 1960, fueron años de división cultural y política en los que los intereses geopolíticos predominaron sobre los buenos principios económicos y democráticos, llevando a los gobiernos a gastar irresponsablemente, y a los países, a periodos de alta inflación y endeudamiento. Si aunamos lo anterior a un entorno disruptivo, con la difusión de la inteligencia artificial y el rápido envejecimiento de la población, nos encontramos frente a un escenario bastante desafiante para las próximas décadas. Las reglas del juego van a cambiar radicalmente, y las personas y los países deberán estar no solo atentos, sino abiertos al cambio y a reinventarse rápidamente.
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Marco Pacheco es economista.
