
Durante décadas construimos un relato nacional que nos definió ante el mundo: educación, estabilidad, democracia sólida, instituciones funcionales, respeto al medio ambiente, solidaridad y diálogo. Esas características no fueron simplemente una campaña de marca país: fue una identidad arraigada que, aunque imperfecta, nos dio un sentido profundo de pertenencia.
Creíamos —y queríamos creer— que nuestro modo de relacionarnos con el mundo y nuestros compatriotas estaba atravesado por la cortesía, la sensatez y la capacidad de llegar a consensos.
Éramos, un pequeño oasis en medio de una región convulsa. Un país excepcional. Sin embargo, hoy somos un país cansado, confundido, polarizado y confrontado consigo mismo. La violencia se volvió cotidiana, y la polarización dejó de ser un término académico para transformarse en una experiencia social real.
Las discusiones en redes se convirtieron en trincheras digitales; las familias ahora evitan temas que antes compartían sin miedo. El espacio político dejó de ser un lugar para construir consensos, para transformarse en un escenario donde lo único que parece importar es destruir al adversario.
Un país que se mira al espejo y ya no se reconoce
La polarización es, ante todo, un fenómeno emocional antes que político. No nace únicamente de diferencias ideológicas o de proyectos de país contrapuestos. Surge cuando comenzamos a percibir a quienes piensan distinto como enemigos, como amenazas, no como habitantes con perspectivas diferentes.
Lo han demostrado investigaciones de la ciencia política y la psicología social —desde Lilliana Mason hasta Henri Tajfel—: la polarización no solo separa posiciones, separa personas, fragmenta vínculos, destruye la posibilidad de convivir e incluso altera nuestra percepción básica del otro.
Costa Rica vive hoy un proceso acelerado de polarización afectiva. Siempre hemos tenido diferencias, pero ahora vienen cargadas de rechazo visceral, de sospechas y de hostilidad emocional. Hace apenas una década era impensable insultar o levantar falsedades, ahora eso tiende a normalizarse y, además, la intolerancia se volvió tendencia.
Hoy vemos ya los efectos de esta nueva realidad: un debilitamiento evidente de los medios de comunicación tradicionales —que siguen siendo indispensables para fiscalizar el poder— y la consolidación de un ecosistema digital dominado por empresas hegemónicas cuyos algoritmos determinan qué vemos y cómo lo interpretamos.
Frente a este panorama, se vuelve urgente reconstruir espacios de diálogo real y seguro, evitar la politización de cualquier asunto de la vida cotidiana y trabajar de manera decidida en reducir las desigualdades que alimentan la frustración social.
Costa Rica ya está pagando las consecuencias
Hablar de polarización nos lleva inevitablemente a hablar de violencia. Incluso, desde la más alta investidura del país hemos normalizado un tono que, lejos de elevar el debate público, lo reduce y lo arrastra a niveles que jamás deberían provenir del Poder Ejecutivo.
El sociólogo Zygmunt Bauman describió esta era como “modernidad líquida”: vínculos frágiles, pertenencias temporales, relaciones descartables. Costa Rica está viviendo esa liquidez.
Ante la realidad descrita y por más difícil que parezca hacer cambios, sí creo posible que podamos hacer algo.
- Recuperar el diálogo honesto: No se trata de indulgencia ni de silencio. Tenemos que escuchar, comprender, disentir sin destruir, debatir sin insultar.
- Reeducar nuestro lenguaje: Las palabras importan, tienen poder, construyen o destruyen. Requiere valentía frenar la cadena de insultos y descalificaciones.
- Apostar por la verdad: La desinformación es una epidemia. La verdad no es un lujo académico. Es una herramienta de supervivencia democrática.
- Reconstruir comunidad: La seguridad no se resuelve solo con presencia policial. Se soluciona con cohesión social, con vecinos que se conocen, con familias que conversan, con escuelas que forman con civismo.
- Exigir liderazgo responsable: Líderes que enciendan luces, no que hagan incendios, que comprendan el peso de su palabra, que no usen la división como estrategia.
La violencia y la polarización no nacen por generación espontánea o de la nada. Surgen desde nuestras palabras y decisiones. Un país más justo, seguro y solidario se construye con una ciudadanía emocionalmente madura; no con gritos e insultos.
Costa Rica merece reconciliarse consigo misma, volver a creer y recuperar la esperanza. Y esa recuperación empieza por usted y por mí: en la forma en que hablamos, en cómo escuchamos, en el respeto que damos, en la empatía que ofrecemos y en la tolerancia que tengamos.
kardayac@gmail.com
Karol Alfaro Ceciliano, es asesora en Comunicación y máster en Turismo Gastronómico.