Mi libro de cabecera mide doce centímetros de ancho por siete de alto. Durante toda mi vida he leído y releído sus páginas y aún hay muchísimos capítulos, la mayor parte de ellos que no logro comprender, dada la profundidad que encierran. Está desgastado por el tiempo y el uso, por la lectura, las dudas y preguntas. No es un libro para legos y soy lega en la materia. ¿Su nombre? El Kempis .
En un diálogo de Jesucristo y el alma , se entrelaza la perfección de la vida del ser humano. Duro, recto, sin desviaciones ni permisiones, así está escrito el Kempis . Entre sus capítulos, todos elevados a grado sumo, encuentro el XIX, “De la tolerancia de las injurias y cómo se prueba al verdadero paciente”.
Nos habla de los pequeños trabajos de los que nos quejamos, y que siendo grandes o pequeños los llevemos con paciencia. La verdadera cordura se encuentra en disponerse a sobrellevar la voluntad de Dios y no la propia, sin mirar quién nos ofende, si es igual o superior, hombre bueno, santo, o perverso e indigno.
Valiosa enseñanza. La verdadera batalla está en la paciencia, la corona que se obtiene es la victoria sobre el espíritu mezquino y se debe luchar, sí, pero para ganar esta victoria, no se puede pretender la caída del contrario, porque sin trabajo no se llega al descanso ni sin pelear con el propio ego se consigue la victoria.
Difícil enseñanza, porque el alma contesta a Jesucristo pidiendo que le haga posible cumplir esa voluntad suya, que le parece imposible por propia naturaleza, difícil de llevar a cabo, aún con el pensamiento más tenaz. Recabar la paciencia necesaria para soportar el embate del enemigo, del amigo, del cercano, del lejano, del hermano... y ofrecer a Dios este combate interno, en busca de la paciencia para sufrirlo todo sin buscar venganza, sin pedir revancha, sin desfallecer cuando el ser humano por naturaleza desfallece a la menor adversidad, a menos que se prepare y lleve un timón firme.
Poseer esa paciencia en vida, remendarla cuando la red se ha estropeado de tanto usarse, y dar en vida el consejo, el silencio, la ayuda, la paz, la presencia, lo material si es necesario, sin esperar a cambio la misma paciencia, porque en eso consiste la enseñanza: si no se quiere padecer, hay que rehusar ser coronado de paciencia.
Honra divina. Muchas veces son pequeñas cosas las que nos abaten, y el hermano está ausente, y la vida pasa. Solo nos queda la paciencia, porque nuestra fragilidad nos hace fuertes. Sin embargo, si somos nosotros quienes estamos del lado contrario, si es nuestro hermano quien padece, no es esta la máxima a seguir. “El amor siempre vela y durmiendo no duerme”, nos dice el Kempis, “fatigado no se cansa, angustiado no se angustia, espantado no se espanta... si alguno ama, conoce lo que dice esta voz”.
La conocida máxima “¡En vida, hermano, en vida!” resume este pensamiento. Flores, cantos, materia, lágrimas, pesares, cuando se dan ante la desaparición del hermano, este ya no los necesita: su clamor, su necesidad ya se ha compensado, porque Dios defiende precisamente al humilde, le libra, ama y consuela, después de su abatimiento lo levanta a gran honra. Esa honra no es mundana, no es humana, no la alcanza el mayor de los gastos en su honor, porque ya está ausente e inmune a lo material.
El humilde, recibida la afrenta, cuando se presenta al Padre, está en paz, porque está en Dios y no en el mundo, sus necesidades, sufrimientos, enfermedades y tristezas han cesado y goza de la paz de lo Eterno. El Kempis , “Imitación de Cristo”, pequeña gran arma de batalla contra la iniquidad, defensa del humilde, consejo de vida sabia. Difícil su lectura y entendimiento, muy difícil, tanto como lo es tratar de imitar al Maestro.