
Para muchos, resultará extraño pensar que, ya a mediados del siglo XX, San José tuvo algo así como un metro (tren metropolitano). Pero esto es material histórico gracias a divulgadores culturales como Sandy (El tranvía, 1999), Guillermo Carvajal Alvarado (El tranvía: De la ciudad de San José en la historia de Costa Rica, 2008) e Isabel Avendaño Flores (El tranvía y su contribución a la formación de la población de Guadalupe; sin fecha).
Se trata de nuestro tranvía (1899-1950), del cual los tramos más conocidos eran el que iba desde San Pedro de Montes de Oca hasta el centro de la capital. Y, de allí, hasta el llamado Bosque de los Niños, en La Sabana. Hubo otros ramales, sin embargo, desde el centro de la capital: al Liceo de Costa Rica, a la ciudad de Guadalupe, a las dos estaciones de los trenes del Caribe y el Pacífico, a los cementerios y al Rincón de Cubillos, en el actual barrio México.
La falta de espacio obliga a la concisión, sin florituras. Mencionemos, al menos, desde La California, edificios notables (por suerte, no todos desaparecidos) como la Lincoln School, la Logia Masónica, el Colegio de Sion, el Cuartel Bellavista, el Castillo Azul, una cuasirruina que años después sería la anterior sede de la Asamblea Legislativa, la pronunciada pendiente de la cuesta de Moras, Chelles (lo creíamos eterno y hoy da pena), la Sastrería Ramírez Valido, la Soda La Garza, el Petit Trianon (“glostoras” y “medallitas”, ¿recuerdan?) y la Botica Mariano Jiménez (ambos en esquinas), el Bazar La Casa, la Librería López, el Gran Hotel Costa Rica, la Foto Sport, la Librería Lehmann, la Librería Española, el Edificio Steinvorth, la Librería Universal (modesta, al frente del nuevo edificio), las motos de Feoli Hnos., el Diario de Costa Rica, el Siglo Nuevo, el Bolsín, la Librería Trejos, la Alhambra, el Palacio Nacional, la Plaza de la Artillería, el Banco de Costa Rica y la Tienda La Gloria.
A partir del Mercado Central, el terreno muestra una leve pendiente y, en sucesión, edificios como el del INS, la Panadería Musmanni y la Funeraria Polini. Luego se inicia el extraordinariamente ancho paseo Colón, con dos hospitales: el San Juan de Dios y el Chapuí, además de los gratísimos aromas de las apetecidas galletas de la fábrica Pozuelo, algo entonces tan único como el tiquísimo gallo pinto.
A lo largo del paseo Colón, son de destacar la Casa de los Leones, el Obelisco (¿adónde fue a parar?), las numerosas y bellas residencias de las familias de alto copete, la cantina de Chico Soto y la Embajada de España, hasta llegar a la llamada Boca de La Sabana, remate triunfal del tranvía, y acceso inmediato al aeropuerto internacional de La Sabana, con sus preciosos detalles arquitectónicos y su interior, decorado con tan buen gusto. Y qué decir de su terraza, con el espectáculo gratuito para los niños de entonces de sus aviones despegando y aterrizando, justo premio para los bien portados.

Ahora bien, ¿por qué quitaron el tranvía? Razones poco creíbles se dieron, como cuando, de la noche a la mañana, desaparecieron también los trenes que partían hacia el Caribe o el Pacífico. En cuanto a estos, ¡qué tristeza cuando uno ve esos videos que muestran el abandono en que los hicieron caer! Estaciones desvencijadas y saqueadas a lo largo de las vías, máquinas y coches en estado agónico tirados como los muebles viejos de aquel tango gris, puentes metálicos cadavéricos pero enteros (como el de Atenas), rieles herrumbrados a la vista por doquiera, verdaderos monumentos todos ellos a la idiosincrasia tica del “¡m’porta a mí!”.
Los romanos, tan avezados en infraestructura, crearon una lengua tan parca y precisa como ellos mismos. Si estuvieran aquí y ahora, ante tal desmadre e inquina contra rieles y transporte público, solo harían dos preguntas: Cui malo?, cui bono?, que, traducidas, serían algo así como ¿a quién o a quiénes perjudicaron?, ¿a quién o a quiénes beneficiaron? Las respuestas son evidentes: nos perjudicaron a todos los habitantes, y beneficiaron… a unos cuantos señorones de la alta política, de cuyos nombres y apellidos no debiéramos olvidarnos.
Finalmente, para quienes aman al San José de antaño, el autor recomienda la lectura de un libro escrito con grato estilo, mucha nostalgia, buen humor y valiosísimas fotografías: La ciudad habitada: Espacios y decires de raigambre tradicional en Costa Rica (Barzuna Pérez, Guillermo: Editorial Arlekín, 2022).
Hugo Mora Poltronieri es ensayista y profesor jubilado de la UCR.
