El mundo contemporáneo está inmerso en un mosaico político complejo: las ideologías imperantes hasta hace poco están en crisis, hay un desencanto dentro de los regímenes democráticos, lo que ha llevado a la designación de representantes políticos que se desmarcan de estas ideologías y sus propuestas peregrinas han atraído los votos de diversos sectores. Esto se evidencia en diferentes partes del orbe, donde algunos de los que ahora ocupan puestos de poder ni siquiera vienen de la política tradicional, sino de sectores asociados al espectáculo y los medios de comunicación masiva.
Vivimos en un entorno de una gran interconexión social, no así personal y vecinal. La gente está más compenetrada con su móvil celular que con las personas que viven a su lado. Hay abundante información de todos los temas, pero de poca reflexión sobre estos. En lo económico y político, estamos al vaivén de los países más poderosos del planeta, particularmente de los Estados Unidos de América, gobernado por el presidente Trump, quien se caracteriza por un carácter belicoso y cuyas decisiones políticas, sorprenden a propios y extraños, impactando la economía y la política mundial.
Los organismos y los convenios internacionales que venían regulando las relaciones entre los países, también están en crisis. Así, por ejemplo, los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), ahora se están irrespetando, con la guerra arancelaria lanzada por el presidente estadounidense. Este, además, ha quitado el financiamiento de ayuda social a las regiones más pobres del mundo; Europa también se desmarca diciendo que no está en condiciones de dar más ayuda de la que ya presta, que no es la mejor, por cierto.
Esto agrava la ya evidente distribución desigual de la riqueza, generando una brecha muy grande con amplios sectores pobres y excluidos, con problemas de malnutrición, enfermedades, analfabetismo, índices altos de mortalidad infantil y una limitada esperanza de vida. Además, hay un aumento de la inmigración, porque las personas buscan mejores formas de vida y huyen de la miseria hacia lo que sueñan que es un paraíso de esperanza, pero la respuesta en Europa y Estados Unidos es la exclusión y la expulsión.
El papel de organismos internacionales, como la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), es cada vez menos protagónico, porque se viene imponiendo un proceso de involución frente a la reciente globalización.
Ahora las economías se contraen y se vuelven proteccionistas, las medidas políticas se vuelven más regionalistas y nacionalistas, y todo ello impacta los mercados y el mundo laboral. Y, curiosamente, hay realidades acuciantes que demandan atención permanente, como el tema ambiental, que amerita un trabajo interrelacionado y conjunto de lo que debe ser una comunidad global. Frente a las investigaciones científicas que evidencian la realidad del deterioro ambiental acelerado, surgen propuestas que suenan aberrantes, como negar que este sea un problema real y hasta proponen incrementar el consumo de combustibles fósiles o la explotación minera.
La barbarie de las guerras ha sido un común denominador en la historia humana y en los últimos tiempos eso no ha cambiado: la guerra de Ucrania, la masacre en Gaza, las guerras civiles de Sudán, Myanmar, Burkina Faso, Somalia, Nigeria, Siria. Los grupos en conflicto solo velan por sus intereses y poco les importan los pueblos, verdaderas víctimas de guerras sanguinarias. Por otro lado, los grandes beneficiados son los productores y mercaderes de armas.
Lamentablemente, sigue siendo lejano aquel ideal de paz perpetua que soñó alguna vez el filósofo alemán Immanuel Kant, quien creyó que después de tantas guerras en la Europa de finales del siglo XVII había hambre de paz y para ello propuso una Federación de Naciones y un establecimiento jurídico internacional, basado en los principios de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad; verdadero antecedente de lo que sería después la ONU y el organismo internacional permanente para poner en práctica el derecho penal internacional, tan venidos a menos últimamente. Ya de antemano, este organismo no había sido respaldado por varios países, entre ellos Estados Unidos, que venía procurando exenciones a soldados y funcionarios estadounidenses cuestionados.
El mundo de hoy parece dejar de lado la balanza de la justicia y optar de nuevo por el peso de las armas. Parece imponerse el odio racial sobre la fraternidad; los caminos de la libertad encuentran miles de obstáculos, porque se imponen los criterios de protección de “mi propio bienestar, mi propia justicia”.
Dadas estas circunstancias, emerge peligrosamente la sombra del poder totalitarista. Así, cuando se reducen las diferentes facetas de la vida a las imposiciones de lo político, violando derechos civiles e individuales, la relación entre libertad y política se desfasa, como bien lo advertía la filósofa Hannah Arendt. (Entre el pasado y el futuro, ocho ejercicios de reflexión política. Barcelona: Península, 1996).
Cuando los criterios políticos se imponen sobre los demás criterios, se corre el riesgo de violentar los principios de la libertad y sus manifestaciones en cualquier espacio: económico, religioso, ambiental, cultural e intelectual. A veces da la impresión de que estamos acercándonos peligrosamente a una nueva era de totalitarismo, pero todavía puede haber esperanza para creer en la utopía de un mundo mejor.
Carlos Alberto Rodríguez Ramírez es filósofo y profesor asociado jubilado de la UCR.
