Recuerdo vívidamente las narraciones de mi abuelo, quien, siendo un niño, escuchaba a sus familiares hablar sobre las Leyes de Núremberg, proclamadas en setiembre de 1935.
En ese entonces, ellos creían que tales normativas no los afectarían como judíos austríacos. Sin embargo, apenas unos años después, en marzo de 1938, él y sus primos presenciaron el Anschluss y la entrada de Hitler en Austria. Fue entonces cuando su familia, en un acto de coraje y esperanza, decidió postergar su huida hasta después del Bar Mitzvah de un primo cercano, para finalmente escapar hacia el sur, a tierras italianas.
Por un golpe del destino y con la colaboración del cónsul de Costa Rica, señor Sacco, quien desafió las restricciones de la Cancilleria costarricense de entonces, que prohibía otorgar visas a “ciudadanos poloneses” (¡judíos!) lograron establecerse en costas seguras, y finalmente encontraron un hogar en Costa Rica y Australia. Este acto los salvó de las garras del Holocausto.
Esta historia me conecta históricamente con la reconocida artista costarricense Ingrid Rudelman, con quien comparto el legado de nuestros antepasados salvados por el mismo destello de suerte y humanidad. Mi abuelo y su abuelo compartieron la misma historia, compartieron el mismo barco. Ingrid no solo lleva consigo esta historia de migración y supervivencia, sino que también es una brillante exponente del arte que ha demostrado que el talento y la dedicación pueden superar cualquier barrera. Así ha alcanzado reconocimiento, tanto local como internacionalmente.
Nos encontramos en un momento decisivo, ya que Ingrid ha enfrentado ataques virulentos e injustificados mientras se preparaba para presentar su colección Rutas clandestinas. Estos ataques, más que un señalamiento a su obra, representan un intento de silenciar una voz artística judía y, con ello, menoscabar la diversidad y vitalidad de la vida judía en Costa Rica. Es un intento por inyectar miedo a los diferentes miembros de la comunidad judía costarricense que desean seguir aportando al maravilloso crisol de culturas que ha sido Costa Rica hasta ahora.
Es crucial desenmascarar estos ataques como manifestaciones de antisemitismo y antisionismo, que, disfrazados de argumentos sobre raza y geopolítica, buscan desmantelar el tejido social que nuestra comunidad ha construido con esfuerzo y persistencia a lo largo de décadas. La libertad de expresión y la aportación cultural de artistas como Ingrid son pilares fundamentales de nuestra sociedad, y permitir que se modifiquen por presiones injustas es un peligroso precedente.
La guerra en Gaza es una herida profunda que no debe ser usada como pretexto para legitimar discriminación en cualquier otra región. Como costarricenses, somos afortunados de no entender los alcances y sufrimientos de las guerras. Pero sí entendemos el valor de la lucha por el respeto y la tolerancia, principios que debemos preservar y cultivar.
Ahora más que nunca es el momento de unir nuestras voces en solidaridad, de apoyar a Ingrid y a todos aquellos judíos que, con su pasión y labor, enriquecen con sus aportes a Costa Rica. En esta unidad, encontramos nuestra fortaleza, y es a través de un frente común que podemos convertir la adversidad en puentes de diálogo y colaboración.
Convoco a todos, con un abrazo solidario, a que juntos celebremos el legado cultural y humano de los judíos de Costa Rica. Con determinación y creatividad, superaremos estos desafíos, y continuará nuestro aporte al mosaico de esta rica, diversa y querida Costa Rica.
Amin Majchel es expresidente de la Comunidad Judía Costarricense.
