
El 1.º de agosto de 1981 presenciamos el conteo previo y el posterior despegue de un cohete. Un astronauta plantó en la superficie lunar una bandera que no representaba a ningún país, sino a un nuevo territorio simbólico: MTV. Así comenzaba una era en la que la música se escucharía y se vería.
Para evitar dudas acerca de su naturaleza rupturista, el primer audiovisual transmitido fue Video Killed the Radio Star (“El video mató a la estrella de la radio”). A partir de entonces, la televisión musical inauguró un laboratorio donde se formarían futuros directores, guionistas y productores. Aquí, el sonido se convirtió en relato.
Con MTV viajamos a Bangkok, fuimos al gimnasio con Olivia Newton-John, o a Venecia con una Madonna vestida de novia. Acompañamos a Sheena Easton por las calles de París rumbo a un escenario donde esperaba Prince; seguimos a Whitney Houston por un laberinto de colores y descubrimos, con una lágrima acertada, el rostro perfecto de Sinéad O’Connor y su voz.
Kim Carnes resucitó la gloria de la actriz Bette Davis; Stevie Nicks, como una gitana, nos trasladó a los años 20, y recorrimos con Bruce Springsteen las calles de Filadelfia mientras escuchamos las voces de amigos desaparecidos, sin la promesa de que un ángel nos salude.
Cyndi Lauper nos invitó a conducir toda la noche y a no temer mostrar nuestros colores verdaderos. Dire Straits, con Money for Nothing (“Dinero para nada”), nos introdujo en la naciente animación digital.
Los Pet Shop Boys nos guiaron por el West End londinense, y atestiguamos una operación de espionaje en la Torre Eiffel con Duran Duran, con cámaras de video que vuelan como drones pioneros.
Ingresamos a un mundo de multiverso, donde las chicas de Bananarama se convertían en deidades mitológicas, sirenas, vampiras y diablas para someter a los hombres. También en Europa, conocimos voces emergentes: Eurythmics, Peter Gabriel, Bowie, Sade, A-ha y Enigma; que el tiempo convirtió en confidentes de toda una generación.
Los ochenta fueron tiempos de transformaciones. Mientras caían muros, los Scorpions cantaban al viento del cambio y Roger Waters celebraba la libertad con el concierto The Wall - Live in Berlin. Proyectos como Band Aid, Live Aid y USA for Africa demostraron que la música podía salvar vidas, y MTV se sumó al propósito. Hasta en la Unión Soviética, con la perestroika, Gorky Park afinó guitarras eléctricas para la paz.
En materia de equidad, el canal fue pionero: Queen mostró su lado trans sin tapujos, y Shania Twain invirtió los roles del video Addicted to Love, sustituyendo a las sexapilosas modelos por apuestos músicos masculinos.
Todo cambiaba, y MTV era el espejo en el que una porción del mundo aprendió a mirarse. Nos llamaron alienados, estereotipados, enajenados, proyanquis. Pero la globalización ya circulaba entre videoclips: los países se acercaban, los lenguajes se mezclaban y los jóvenes compartían una misma banda sonora.
Con el fin de los 80, la generación X (nacida entre 1965 y 1980) dejó atrás la adolescencia y enfrentó retos propios de la adultez. Los milenials (1981-1996) tomaron el control remoto y MTV se reinventó: aparecieron Beavis and Butt-Head, MTV Unplugged, TRL, The Real World y Daria. La música fue perdiendo su lugar central. Luego, los centenials (1997–2012) presenciaron un nuevo viraje hacia los reality shows: Jersey Shore, Teen Mom, The Hills.
La generación alfa (2013–2029) ya no extraña lo que no conoció. Entre redes, streaming y plataformas emergentes, el canal perdió su presencia. Paramount decidió apagarlo de forma gradual, a partir de diciembre. Es la primera víctima visible del ocaso de la televisión tradicional.
Pero la música no acaba. Ni los videos. En Veevo, Vimeo o YouTube, sobrevive el archivo emocional de una época: Tina Turner aún camina por una Nueva York con Torres Gemelas y Belinda Carlisle sigue conduciendo hacia Las Vegas o confesando estar loca por nosotros. ¡Y el brillo de los 80 persiste!
Aunque la fábrica de cultura pop desaparezca, la magia permanece. Despedimos a MTV como lo hace Elton John con su amigo Daniel, una estrella en el rostro del cielo, cuyos ojos han muerto, pero que puede ver más que nosotros, porque nos vio crecer.
algonzalezcr@yahoo.ie
Alfredo González es escritor y periodista.