La física teórica moderna afirma que el tiempo tuvo su comienzo en una singularidad que ocurrió hace quince mil millones de años. Sin embargo, nosotros, con fundamento en una extrapolación que hacemos de la teoría pangeométrica de la hiperesfera , nos atrevemos a decir que las singularidades (como el Big Bang ) se repiten en series cíclicas en un universo que se autocontiene, se expande y se contrae, se abre y se cierra sobre sí mismo, inexorable e indefinidamente, por lo que no hay un principio ni un fin en el tiempo (tampoco en el espacio).
Estos períodos cósmicos en la tetradimensionalidad del espacio-tiempo, el hombre no los puede percibir, dada la brevedad de su existencia en el planeta; tampoco los puede calcular porque se lo impide el principio de incertidumbre, pero el universo siempre ha sido (fue, es y será), aunque transformándose en espacio y tiempo en su ciclo indefinido, sin que signifique que no haya una inmanencia divina en todo.
Esta periodicidad cósmica nos recuerda la doctrina del eterno retorno de Nietzsche, doctrina que, combinada con la teoría pangeométrica, resulta un excelente caldo para filósofos y panteístas.
Stephen HawKing dice que “los investigadores no se muestran propicios a renunciar a una teoría a la que han consagrado mucho tiempo y esfuerzo”. Muy cierta esta afirmación, solo que nosotros no hemos renunciado a nuestra teoría no por impenitente tozudez, sino porque estamos convencidos de que la más pequeña y la más simple de las ecuaciones ( X • 0 > 0 ) es, en verdad, una singularidad geométrica que, en una segunda lectura no euclidiana, se convierte en fundamento de la teoría pangeométrica de la hiperesfera , teoría que ya hemos expuesto en diferentes ocasiones y de la que esperamos, algún día, sea estudiada y discutida con seriedad y objetividad. Si hay que hacerle correcciones, que se le hagan, y, si hay que desecharla, que se deseche, que tal es la suerte de toda teoría.