
Cuatrocientos años de historia y de leyenda sobre fabulosos tesoros piratas ocultos une a Costa Rica con ese pequeño islote verde de apenas 24 kilómetros cuadrados de superficie, llamado la Isla del Coco. La auténtica “Isla del Tesoro” se vio inmersa dentro del fenómeno de disputas geopolíticas entre las principales potencias globales de los siglos XVI a XVIII. Entre los siglos XIX y XX, la Isla fue objeto de la búsqueda frenética de tesoros por parte de ambiciosos buscadores, principalmente anglosajones, siguiendo aquellos relatos generados no por la historia real, sino por peregrinas fantasías sin fundamento.
Pero más allá de la historia versus la leyenda, el Tesoro de Lima está aún en la Isla del Coco, y su búsqueda y extracción –debidamente controladas y supervisadas– con tecnología de punta podría garantizar que no se afecte el balance ambiental, lo cual resolvería los problemas de recursos que impiden la efectiva operación de salvaguarda de la riqueza natural que allí se encierra.
Gracias a la leyenda del Tesoro de Lima, Costa Rica ha sido, durante 156 años (desde 1869), un propietario incierto de su responsabilidad plena de ese gran tesoro natural. Durante mucho tiempo, no le encontró vocación útil a la posesión insular, pues ignoró su enorme valor histórico y cultural.
La designación de la Isla del Coco, por parte de la Unesco, como patrimonio natural de la humanidad, le otorga un lugar de privilegio, pero no resuelve el problema financiero que sigue permitiendo avanzar la gravísima pérdida de la capa vegetal, lo que poco a poco está convirtiendo la isla en una roca meteorizada.
Sin recursos financieros generosos –lo cual depende de la recuperación del Tesoro de Lima– no será posible rescatar la salud integral de nuestra Isla del Tesoro. Solo la creación de un fondo capitalizable le dará un marco de economía sostenible que pueda perpetuar ese paraíso para las futuras generaciones.
La leyenda del Tesoro de Lima adquiere una credibilidad preponderante gracias a una publicación aparecida en 1898 en periódicos de Canadá y Estados Unidos. Su autor, el marino irlandés Patrick Nicholas Fitzgerald, aseguraba haber conocido en Terranova a un hombre anciano y enfermo llamado John Keating, quien afirmaba haber descubierto la cueva del Tesoro de Lima en la Isla del Coco. Según Fitzgerald, Keating se convirtió en un hombre rico y conservaba en su casa varias monedas de oro que respaldaban su historia.
A inicios de la década de 1930, la versión divulgada por Fitzgerald llegó a manos de James Alexander Forbes IV, un finquero californiano arruinado tras la crisis financiera de 1929. Forbes presentó a un grupo de inversionistas ansiosos e incautos un supuesto testamento de su bisabuelo, Forbes I, donde se describía como primer oficial del Mary Dear, bajo el mando de Thompson, y testigo –además de partícipe– del robo del Tesoro de Lima. El documento incluía un mapa dibujado a mano con las coordenadas exactas del lugar donde supuestamente se había ocultado el botín, en bahía Chatham.
Forbes IV emprendió cinco expediciones a la Isla del Coco. En 1949 obtuvo un permiso de exclusividad otorgado por el presidente José Figueres Ferrer y concentró sus esfuerzos en bahía Chatham. Allí perforó dos grandes agujeros de 2,5 metros de circunferencia y cuatro metros de profundidad. Sin embargo, no logró alcanzar el fondo rocoso donde creía que reposaban las cajas del tesoro. Durante su quinta expedición, en 1965, enfermó gravemente y falleció poco después en California.
En marzo de 1989, otro buscador californiano, Charles Baldwin, heredero de los documentos de Forbes IV, llegó a San José proclamando que venía a recuperar el Tesoro de Lima. Obtuvo un permiso del presidente Óscar Arias, pero la expedición terminó en un rotundo fracaso: únicamente hallaron restos de cajas de madera con botellas de vino vacías.
Años más tarde, en mi condición de historiador académico de la Universidad de Costa Rica, logré demostrar que el caso del Tesoro de Lima oculto en la Isla del Coco es completamente real. Corroboré que una parte de las monedas de oro y alhajas fue recuperada por John Keating y William Boag en 1841, y que algunas piezas permanecen hoy en manos de los descendientes de Boag.
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Raúl Francisco Arias Sánchez es historiador y experto en Economía Sostenible del Patrimonio Cultural.