
El terremoto que sacudió la ciudad de Cartago el 4 de mayo de 1910 fue uno de los movimientos telúricos más trágicos de la historia de Costa Rica en el siglo XX. No obstante, más allá del impacto en pérdida de vidas humanas e infraestructura colapsada, la catástrofe generó una importante cultura visual y material, recogida en álbumes fotográficos que fueron publicados pocos meses después del perturbador “acontecimiento-monstruo”.
Dos ejemplos emblemáticos de aquel esfuerzo documental y gráfico son el Álbum de vistas tomadas después del terremoto del 4 de mayo de 1910, publicado por Víctor Manuel Cabrera en la Imprenta del Comercio, y The Cartago Earthquake 6 h. 47 m. 35 s. May 4th, 1910, de la autoría de León Fernández Guardia y Amando Céspedes Marín, y bellamente editado en la Imprenta de Antonio Lehmann.
Estas publicaciones, concebidas en un contexto de urgencia humanitaria y de registro histórico, se convierten hoy en fuentes clave para el análisis desde la perspectiva de los estudios visuales y la sismicidad histórica.
Los álbumes fotográficos de fenómenos geológicos son dispositivos/testimonios culturales que condensan no solo evidencias gráficas de la destrucción, sino también narrativas de lo sublime/terrorífico.
La investigadora italiana Tiziana Serena ha estudiado estos objetos como instrumentos de mediación emocional y social, en los que se articulan formas específicas de representación pictorialista de la catástrofe y de la intervención del Estado y la sociedad civil respecto a ella (La Catástrofe dal Settecento all’Etá contemporánea, 2023).
En este sentido, los álbumes con vistas de los efectos del terremoto de Cartago en mayo de 1910 operan como artefactos de memoria histórica colectiva: ofrecen imágenes ordenadas y seleccionadas que documentan los edificios civiles y religiosos colapsados, las calles cubiertas de escombros, las víctimas y los rostros afligidos y contemplativos de los supervivientes. En suma, una cartografía visual del trauma posterremoto.

La publicación de estos álbumes cumplía múltiples propósitos. Por un lado, pretendía sensibilizar a una audiencia nacional e internacional ante la magnitud y los efectos del evento sísmico, con el objetivo explícito de recaudar fondos para los damnificados. Por otro, establecía un relato visual autorizado, donde la fotografía aparecía como un relato verosímil, realista y supuestamente objetivo de la tragedia.
Desde los estudios visuales, Gennifer S. Weisenfeld ha señalado cómo este tipo de imágenes fotográficas, en el contexto de catástrofes, movilizan una estética del desastre que oscila entre el documento y la conmoción; donde la espectacularidad de las ruinas puede eclipsar –o sublimar– el dolor humano (Imaging Disaster, 2012).
En el caso costarricense, la sobriedad editorial de las portadas y la elección de vistas en plano general, reflejan una voluntad de dignificar la representación del siniestro y sus consecuencias humanas y materiales.
Desde la sismicidad histórica, estos álbumes ofrecen una invaluable fuente para la comprensión del impacto socioespacial del terremoto. Permiten visualizar los patrones de colapso urbano, la relación entre arquitectura y vulnerabilidad sísmica, y el grado de devastación sufrido por las edificaciones del poder civil y religioso y los espacios habitacionales.
A diferencia de los informes técnicos o las crónicas periodísticas, la fotografía permite captar detalles materiales y emocionales que escapan al testimonio escrito: rostros y gestos de una severa seriedad o amarga tristeza, filas de cuerpos envueltos en sábanas esperando ser sepultados en fosas comunes, la magnitud de la destrucción del cuadrante cartaginés y el consecuente silencio urbano entre el mar de ruinas.
Entretanto, estos álbumes fotográficos reflejan las relaciones de poder en la producción de imágenes. La elección de qué mostrar –y qué no– responde a decisiones editoriales y políticas. La ausencia de imágenes explícitas de cuerpos destruidos o mutilados, por ejemplo, puede interpretarse como una estrategia para no herir la sensibilidad del público o como un intento biopolítico de preservar la dignidad de los muertos. Pero también es una forma de construir una narrativa fascinante e inquietante del desastre, orientada a la movilización nacional y a la búsqueda de un equilibrio entre lo positivo y lo negativo de la catástrofe.
En suma, los álbumes fotográficos con imágenes de los efectos del terremoto de Cartago en mayo de 1910 constituyen no solo un testimonio gráfico invaluable, sino también un corpus visual que permite estudiar cómo se representa, procesa y recuerda un desastre.
A través de su análisis, los estudios visuales revelan los mecanismos de visibilización y silencio que operan en la memoria colectiva, mientras que la sismicidad histórica se nutre de fuentes iconográficas excepcionales para comprender los efectos de una catástrofe sísmica que marcó profundamente la historia urbana y la experiencia emocional y moral de la sociedad cartaginesa hace 115 años.
Al arquitecto Andrés Fernández, con agradecimiento.
Guillermo Brenes Tencio es historiador.