Para narrar esta historia, empiezo contando que vengo de una familia de seis personas y que soy el menor de cuatro hijos, de los cuales actualmente sobrevivimos dos: mi hermana Miriam, de 81 años, y yo, de 77. Lo aquí ocurrido sucedió a inicios de 1955 y nuestro domicilio de entonces estaba en la siguiente dirección: 300 varas al sur y 75 al oeste de la Penitenciaría Central (mejor conocida como La Peni), y hoy el Museo de los Niños. Yo tenía 7 años de edad.
En ese año, se oían rumores de una invasión y de que había tropas que iban a atacar Costa Rica. Por mi edad, no comprendía lo que estaba sucediendo. La gente hablaba de soldados, de aviones de combate y de baterías antiaéreas, de las cuales se decía que una estaba localizada en La Peni y otra en la estación del tren al Pacífico.
Un día, en plena ola de rumores, nuestra mamá oyó lo que parecía el sonido de una “metralla” en la Peni y nos mandó a meternos debajo de las camas.
Las pocas noticias que circulaban hacían referencia a muertes en Guanacaste, bombardeos en distintos lugares del país e incluso a un avión derribado. En otro momento, nos contaron de una aeronave caída en la cuenca del río Virilla. Las noticias eran muy confusas y aunque en mi casa se hablaba mucho del tema, para mí era muy complicado de entender.
De repente, un día estoy en la calle, viendo pasar un desfile de soldados que van gritando. Se trataba del llamado “desfile de la victoria”, efectuado para celebrar el triunfo conseguido por las fuerzas del gobierno.
Uno de los soldados se me acerca y pone en mis manos algo que, de primera entrada, no identifico. Luego supe que era un cargador de balas de rifle (alguien me lo aclaró). ¡Mi cara de susto lo decía todo! Solo sentí unas ganas enormes de salir corriendo a mi casa para entregar ese extraño “regalo” que me hicieron. Volé a lo que me daban las piernas con aquello entre las manos.
Con los años, fui comprendiendo aquel momento histórico. Sí hubo aviones de combate, los famosos Mustang P-51, creo que cinco, comprados a un precio simbólico de $1, a los Estados Unidos. También estuvieron involucrados aviones DC3. De las baterías antiaéreas, había una en la Peni; pero de la otra, que supuestamente estaba en la estación del tren, no encontré nada al respecto.
Tampoco hallé nunca nota alguna que aludiera a un avión caído en la cuenca del Virilla. Sí hay escritos sobre un avión derribado en Guanacaste. Y el famoso “desfile de la victoria” sí pasó por las principales calles de San José, en una fecha que no pude encontrar. Quizá fue en febrero o marzo de aquel año.
¿Y qué pasó con el cargador de balas y las balas sueltas? Yo tengo una hipótesis que surgió a raíz de unos comentarios de mi hermana Miriam. En la casa, había una persona que ayudaba a mi mamá. Su nombre era Rosalía, y de ella me acuerdo muy bien. Ella tenía un novio policía, al cual uno de mis hermanos le decía “el tombo”.
Este señor estuvo en las fuerzas del gobierno, combatiendo a los invasores. Rosalía nos llevó al “desfile de la victoria” a ver su novio. Mi conclusión es que el “tombo” fue quien me dio las balas. Aparentemente, estas balas son de un rifle Mauser K98, y creo que este tipo de rifle también fue utilizado en la guerra civil de 1948.
Y, sí: después de 70 años, aún las conservo como un recuerdo de mi niñez y de un momento histórico. Tampoco se me ha olvidado ese gran susto que me llevé al recibirlas.
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José Luis Vargas Chacón es funcionario jubilado. Reside en Mercedes de Montes de Oca.
