La presentación de El proceso, obra de teatro basada en la novela del checoslovaco Franz Kafka, me hizo recordar mis primeros contactos con el autor, hace ya muchos años.
Durante los cinco años que estudié literatura y periodismo en la Universidad de Columbia, en Nueva York, leí a muchos autores, pero este permaneció lejano hasta que regresé a Costa Rica.
Una vez aquí, se me ocurrió entrar en la UCR a estudiar Ciencias Económicas, carrera que terminé y nunca ejercí, pero mi paso por la universidad me permitió conocer a varios buenos profesores, sobre todo a Fidel Tristán, alto, bien parecido, con una voz potente, quien a menudo se alejaba de los temas económicos para hablarnos de literatura.
Me contó de Kafka con gran entusiasmo, e incluso me prestó un cuento extraordinario, Metamorfosis , sobre un humilde trabajador que se despierta una mañana y se da cuenta de que se ha transformado en un gigantesco insecto, parecido a una cucaracha, y como este cambio afecta su trabajo y su vida y la de todos los que le rodean.
Después leí todas sus obras, la mayor parte publicada póstumamente, incluida la novela El proceso.
La vida de Franz Kafka tiene mucha semejanza con la del protagonista de la obra, Joseph K. Los dos se sienten aplastados por una sociedad a la que no le interesa el individuo y tampoco permite expresarse o luchar por los derechos.
Kafka creía que no era aceptado por esta sociedad: primero, por ser judío, aunque no practicaba el judaísmo religioso, y, segundo, por su fealdad e insignificancia, no obstante que quienes lo conocieron aseguraban que tal cosa no era cierta.
Tampoco consideraba que lo que escribía tuviese mucho valor, y durante la tuberculosis que lo llevó a la muerte le entregó a su amigo Max Brod todo lo que había escrito, incluidas sus cartas, con la instrucción terminante de que todo debía ser quemado después de su fallecimiento, lo cual, por fortuna, su amigo no hizo, sino que publicó hasta la última línea que Kafka escribió.
Sin salida. Hace ya varios años, disfruté la versión cinematográfica de la obra El proceso , dirigida por Orson Welles, quien también actúa como el abogado.
El filme contó con un elenco estelar, que incluía a Anthony Perkins en el papel protagónico y a Romy Schneider, Jeanne Moreau, Elsa Martinelli y Akim Tamiroff. Esta película ganó el premio de la crítica del año 1964.
El director, Luis Thenon, quien también diseñó la escenografía, muy hábilmente conduce al protagonista, Joseph K, por senderos que no llegan a ninguna parte y a puertas que no se abren nunca, sin que él alcance a saber de qué se le acusa ni cuál va a ser su castigo.
El ambiente es opresivo, cerrado, oscuro, sin la menor esperanza. Alguien podría objetar que esta situación no es posible que suceda, pero tengo una amiga muy querida, Carmen, que es taxista y que con gran ilusión importó un automóvil especialmente diseñado para transportar personas discapacitadas.
Ella lleva cinco años sin conseguir sacar el vehículo de la aduana porque, cada vez que llena los documentos, le falta algún papel, una factura no tiene una coma o algún otro pequeño detalle.
Aunque ya conoce tan bien el camino que llegaría con los ojos cerrados, no le ha sido posible obtener el vehículo con el cual pensaba servir a las personas discapacitadas. Esto pasa en la Costa Rica actual y no en la Praga del siglo pasado.
El proceso llegó al final de su temporada, siempre con el teatro lleno. No pudo continuar porque venía la Feria del Libro, en La Aduana, pero una vez pasada esta actividad, debería iniciarse una nueva temporada para permitir que muchos otros espectadores tengan la oportunidad de disfrutar de una obra tan importante y tan bien montada.
Mario Madrigal es periodista.