El populismo matón: nueva mutación del discurso populista
El líder ya no es solo el salvador, sino también es un castigador. Su narrativa no se limita a defender al pueblo, sino que enfatiza en la necesidad de venganza contra quienes lo han oprimido
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PorJosé Daniel Rodríguez Arrieta
El populismo ha sido analizado desde múltiples perspectivas, desde la teorización de Laclau hasta los estudios de Casullo sobre la construcción del líder como héroe. La lógica populista se estructura alrededor de una dicotomía fundamental:el pueblo virtuoso contra la élite corrupta. Sin embargo, algunos líderes contemporáneos han mutado esta lógica, incorporando una retórica de matonismo que transforma la relación con sus adversarios. Específicamente, presidentes como Donald Trump y Rodrigo Chaves representan una versión del populismo donde no solo se enfrenta a un enemigo, sino que este debe humillarse, degradándolo en el proceso. Este cambio no es menor: implica una reformulación del populismo clásico y sugiere una fase diferente en la comunicación política contemporánea.
En el populismo tradicional, el líder se construye como el héroe que rescata al pueblo de sus enemigos, generalmente las élites políticas o económicas. Este esquema se mantiene en los nuevos populismos, pero con un giro crucial: el líder ya no es solo el salvador, sino también es un castigador. Su narrativa no se limita a defender al pueblo, sino que enfatiza en la necesidad de venganza contra quienes lo han oprimido. Trump, por ejemplo, no solo denuncia a los socios económicos de Estados Unidos, sino que los ridiculiza, les pone apodos denigrantes y actúa con represalias abiertas, como es el caso de los aranceles, o Rodrigo Chaves cuando llama ‘idiotas’ o ‘malnacidos’ a diputados y diputadas.
La estrategia discursiva agresiva incluye la deslegitimación total del adversario. El discurso de Trump contra la comunidad internacional es paradigmático: no solo acusa a otros países de aprovecharse de Estados Unidos, sino que se vanagloria de “hacer pagar” a los supuestos explotadores. En este caso, el enemigo no es solo interno (como en el populismo tradicional), sino que es global. A diferencia de otros populistas, Trump no (solo) se victimiza, sino que se presenta como el matón que devolverá el golpe.
Esto último es otra característica distintiva de este populismo matón: la ampliación del espectro de enemigos. En el caso de Trump, incluye no solo a los demócratas o los medios de comunicación, sino también a la Unión Europea, China, México y la propia burocracia estadounidense (el “deep state”). En Chaves, el discurso sigue un patrón similar: no solo arremete contra los partidos tradicionales, sino contra medios de comunicación, los otros poderes de la República, y el TSE. El enemigo ya no es un grupo concreto de poder, sino un sistema difuso de actores que, según su retórica, están alineados para sabotear su gestión y debilitar la soberanía nacional.
Este fenómeno también se ve reflejado en el uso de falacias argumentativas y estrategias discursivas claves en la persuasión populista: el uso del ad hominem (ataque personal en lugar de argumentación), la falacia de hombre de paja (caricaturizar y distorsionar la postura del oponente) y el sesgo de confirmación (reforzar prejuicios preexistentes en la audiencia). No es casualidad que estos líderes fomenten el antiintelectualismo, ya que las instituciones, los expertos y las universidades forman parte de su constelación de enemigos.
Si el populismo clásico se construía sobre la idea de representar la voluntad del pueblo contra una élite corrupta, el populismo matón introduce una nueva dimensión: la política de la humillación. El objetivo ya no es solo vencer al enemigo, sino someterlo, exponerlo al escarnio público y demostrar que el líder está dispuesto a aplicar represalias y que es una especie de hombre fuerte en contexto democrático. Esto podría interpretarse como una radicalización de la lógica amigo-enemigo de Carl Schmitt, donde la política se reduce a un conflicto existencial donde la aniquilación simbólica del adversario es clave.
El peligro de esta mutación es evidente: al promover una cultura política basada en la intimidación, se socavan los principios democráticos de deliberación y pluralismo. Si el populismo tradicional podía, en ciertas circunstancias, expandir la participación política, el populismo matón parece tener un efecto contrario: desincentiva el debate y refuerza el autoritarismo discursivo. A medida que esta forma de populismo se extiende, la pregunta clave es si estamos presenciando una anomalía o el inicio de una nueva norma en la política global.
josedaniel.rodriguez@ucr.ac.cr
José Daniel Rodríguez Arrieta es politólogo, M.Sc. en Estudios Avanzados en Derechos Humanos y profesor de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Si el populismo clásico se construía sobre la idea de representar la voluntad del pueblo contra una élite corrupta, el populismo matón introduce una nueva dimensión: la política de la humillación. Imagen: Shutterstock (Shutterstock)
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