De nuevo estaba en la plaza de san Pedro. Debo admitir que la emoción me invadió de idéntica manera como sucedió el propio día que conocí al Papa, cinco años atrás.
Así, mientras esperaba mi turno para saludar al Santo Padre, agradecí al cielo el conservar intacta la capacidad para sorprenderme, para vivir de forma intensa las bendiciones que nos regala Dios.
Sonriente, bromeando y hasta hablándole al oído a más de un feligrés que le pedía consejo, luego de tomarse varios selfis en una larga fila de recién casados, el papa Francisco se acercó. Había llegado mi turno.
Me conmoví de inmediato al caer en cuenta que el Santo Padre se acordaba de mí y, como disponía de poco tiempo, le entregué sin mucho protocolo los regalos que traía: una copia de mi libro Entre dos papas: historias de una familia en el Vaticano (en el que el propio Pontífice es una de las figuras centrales), una carta de parte de todos los funcionarios de la Universidad Católica de Costa Rica y una chaqueta de nuestra Universidad (que aseguró que sí podría usarla por ser blanca).
Le comenté que estaba en Roma en calidad de rector de esta alma mater para participar en el congreso mundial “Educar hoy y mañana: una pasión que se renueva”, convocado en esos días por la Congregación para la Educación Católica.
“Se verán temas muy importantes y vendrán muchas personas, nos veremos de nuevo en el congreso”, me dijo. La alegría de saber que podría departir otra vez con el Santo Padre solo fue superada por la inmensa emoción de sentir su mano haciendo la señal de la cruz en mi frente, al recibir su bendición apostólica antes de despedirnos.
Días fructíferos. El Papa tenía razón, el congreso fue intenso y multitudinario. Alrededor de 3.000 rectores, directores o altos funcionarios de universidades, colegios y escuelas católicas de los cinco continentes, nos reunimos durante cuatro días en Roma para hablar de educación, y entender y profundizar las ideas y expectativas que el Santo Padre tiene al respecto de la forma en que los, aproximadamente, 70 millones de personas que estudian en instituciones católicas en todo el mundo deben ser formadas.
He repasado varias veces su intervención en la sesión final del congreso, en la que expuso los principios que, en su criterio, deben guiar la educación de forma que esta sea realmente humanista. Dada su pertinencia y aplicabilidad para cualquier ente educativo, me parece importante compartir sus principales exhortaciones.
Trascender. En primer lugar el Santo Padre pide que, cualquiera que sea la carrera o el grado que se enseñe, la formación de los estudiantes debe tener un sentido de transcendencia.
Pide que igual como se enseñan los contenidos de un curso, los profesores deben preocuparse por que todos aquellos que han recibido la oportunidad de estudiar adquieran conciencia de su responsabilidad de ir más allá de sí mismos, de trascender a sus aspiraciones personales para que, sin abandonar sus propias metas, trabajen y ayuden a otros menos afortunados a surgir.
“Educarse conlleva una responsabilidad social, sobre todo con quienes sufren en las periferias”, aseveró. “La educación no puede ser cerrada o autorreferencial (…). El peor fallo que puede tener un profesor es educar ‘dentro de muros’ (…). Personas educadas, pero sin conciencia social y nula capacidad de empatía, han propiciado las peores tragedias que ha vivido la humanidad”. Una persona bien educada es alguien que sabe trascender a sí misma.
Tres lenguajes. En segundo lugar, el Papa solicita que la integralidad sea pieza central de todo proceso educativo. Para ello, aunado al sentido de trascendencia, más allá de la orientación social o técnica de un programa de estudios, indica que todo educador debe enseñar a sus alumnos tres lenguajes: el lenguaje de la cabeza, pues deben de ser entrenados en el arte de pensar, de fortalecer su capacidad de raciocinio; el lenguaje de las manos, pues deben saber hacer por sí solos para que la educación les sea útil y tengan capacidad de impactar positivamente en la sociedad de forma tangible; y el lenguaje del corazón, pues deben aprender a sentir, a encontrar dentro de sí mismos la motivación que los impulse con alegría y amor a emprender sus empresas.
Estos tres lenguajes deben ser enseñados y aprendidos al unísono, pues, en palabras del papa Francisco, “todo estudiante debe aprender a pensar y a hacer lo que siente; a hacer y sentir lo que piensa; y a pensar y sentir lo que hace”. En esto consiste el formar seres humanos integrales.
“Informalidad respetuosa”. Finalmente, el Pontífice pide a los profesores cierto nivel de “informalidad respetuosa” y coraje para tomar riesgos, al formar a sus estudiantes.
Indica que una educación realmente humanista es incompatible con un ambiente educativo “cuadrado”, severo, distante y repetitivo, en el que la estructura se privilegie sobre la persona.
Sin romper nunca la barrera del respeto, la cercanía, la sonrisa, el amor y el premio a la creatividad deben ser la norma al formar estudiantes.
En este sentido, el Santo Padre motiva a los educadores a tomar “riesgos racionales” en sus salones de clase, pues “una educación que no enseñe con inteligencia a los alumnos a arriesgarse para avanzar, es una educación inútil (…). Con todo el amor que nos tienen, si nuestras madres no hubieran tomado el riesgo de soltarnos las manos para que camináramos solos, nunca habríamos aprendido a hacerlo. Lo hicieron luego de comprobar que estábamos listos para intentarlo, sin alejarse mucho para levantarnos en caso de una caída, pidiéndole al Dios que no nos golpeáramos en el intento; pero lo hicieron”.
La “informalidad respetuosa” y los “riesgos racionales” logran que el proceso educativo sea más eficaz y, además, más interesante y provechoso.
Exponente del modelo educativo. Estaba aún poniendo en orden mis ideas sobre las conclusiones del congreso, cuando me sorprendió una carta del Vaticano. Se trataba de una nota en la que, por medio de un alto oficial de la Secretaría de Estado, el Santo Padre agradecía los obsequios que le había entregado pocos días atrás, me pedía orar por él y nos impartía a mí, a mí familia y demás seres queridos su bendición apostólica.
Realmente, el gesto me conmovió. Trascendiendo siempre a sí mismo al preocuparse y estar atento a las necesidades y expectativas del otro, listo a manifestar de forma tangible el lenguaje de su corazón al poner en práctica con sus manos cada cosa que piensa y dice, y preparado para hacerlo sin temores, tomando riesgos, y con una informalidad inédita en el actuar de un Sumo Pontífice; el papa Francisco se ha convertido en el principal exponente de su propio modelo educativo.
He tomado nota cuidadosamente de lo que el Santo Padre espera de la educación para que sea implementado en la Universidad Católica de Costa Rica. Podría buscar miles de ejemplos prácticos de cómo aplicar los consejos del Papa a los educadores, pero el mejor de todos es su testimonio.
El papa Francisco nos está enseñando a enseñar con su propio ejemplo.
El autor es politólogo.