
En setiembre de 2026, el llamado mural de los gatos cumplirá 20 años de existencia. En estas dos décadas ha salido en películas y anuncios publicitarios, se convirtió en un punto de referencia en la ciudad, atrae a turistas que se retratan con él de fondo y ha resistido de todo: vandalismo, grafitis, un camión que intentó derribarlo y las noches a oscuras en que sobrevive como testigo silencioso de San José, cuando deleita a los travestis.
Guardo especial gratitud hacia Luis Chacón, ya fallecido, quien me comisionó la obra por medio de la Municipalidad de San José. Recuerdo que cuando estaba apenas a un 60% de avance, Luis se acercó, observó mi trabajo en silencio y, con ironía afectuosa, dijo: “Mirá, si no era tan tontillo”.
El mural está dedicado a un gato muy amado: Billi. Lo tuve apenas tres años, hasta que murió repentinamente de un paro renal. Billi, que significa “gato” en hindi, había sido recogido por el templo de los Hare Krishna, pero terminó en mi casa porque se comía las ofrendas de los dioses y hacía toda clase de travesuras.
Al inicio lo recibí de mala gana, pero pronto me conquistó. Era un compañero fiel, apacible y cariñoso; mis amigos bromeaban diciendo que en las fiestas solo le faltaba pasar con la bandeja de bocadillos. Su muerte fue sorpresiva y rápida: incluso en eso, fue un caballero que no quiso incomodar.
Desde el principio tuve claro lo que quería hacer con el mural: trabajarlo con la técnica de trencadís de Gaudí, utilizando fragmentos de cerámica para dar forma y fondo a las figuras. Quería también que fuese táctil, con relieve, capaz de susurrar a peatones y automovilistas historias escondidas en sus colores.
Son tres paneles: en uno, el tributo a Billi; en el interior, Los Gatos Sabios –ver, oír y callar–; y en el frente, El Gato Cazador. A la derecha, había además una foto de Billi sobre cerámica, hoy desaparecida, junto con la inscripción de los tres años que compartimos.
La Municipalidad me otorgó ¢3 millones, con la instrucción de que de allí debía salir todo: materiales, ayudantes... “y pellízquese algo para usted”. Sanseacabó.
En la desaparecida Casa de la Cerámica, compré una tonelada de cerámicas rotas a ojo cerrado, que fueron descargadas en el parque España. Allí, junto con cuatro ayudantes, las clasificamos por colores. No tenía idea de cómo preparar la mezcla de cemento, ni sabía de albañilería, en general. La única con conocimientos era Pina, una peona de construcción que nos enseñó a todos.
Con conos anaranjados, delimitamos el área y utilizamos una de las vías y nunca tuvimos un solo incidente con los choferes. País bendito.
La gente se detenía a conversar y muchos niños colocaron algunos de los pedacitos. De hecho, me son inolvidables sus miradas de entusiasmo. Usábamos como bodega el sótano de la fuente coronada por el conquistador español. Yo buscaba platos de colores en las tiendas del Mercado Central y hasta los objetos que se rompían en mi casa, como un espejo, encontraban pronto su lugar en el mural.
Al finalizar el mural de los gatos, Billi fue portada en La Nación y La República. Fue y sigue siendo mi aporte, y también mi orgullo, a la ciudad de San José, donde viví casi 50 años. Hoy estoy en Turrialba, en la casa familiar convertida en estudio, con mis cuatro gatos y una merecida paz.
Poder restaurar el mural y dotarlo de iluminación para que brille en las noches no solo le devolvería su esplendor original, sino que lo convertiría en un lugar más seguro y apreciado.
Es un espacio querido por los costarricenses. Ojalá el Ministerio de Cultura y la Municipalidad de San José se muestren anuentes para que pueda ser restaurado antes de que cumpla sus 20 años.
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Carlos Tapia es artista plástico costarricense.