JOHANNESBURGO – La enfermedad de Parkinson es un trastorno neurológico degenerativo que afecta a, aproximadamente, 7 millones de personas en todo el mundo y a 1 millón en Estados Unidos, generalmente mayores de 50 años. La enfermedad afecta al 2% de las personas mayores de 65 años, y entre el 5% y el 10% de los casos se presentan en personas menores de 50 años. Aún se desconocen las causas, lo cual nos impide detener el desarrollo de la enfermedad, aunque investigaciones recientes apuntan a factores ambientales y ocupacionales.
En textos chinos e indios del año 1000 antes de Cristo se describe un trastorno similar, pero fue James Parkinson quien primero describió en detalle la enfermedad en 1817. Quienes empiezan a desarrollar la afección sufren de lentitud en los movimientos, temblores, rigidez, dificultad para caminar y paso inestable. A medida que la enfermedad progresa, puede afectar el pensamiento y provocar problemas psicológicos y de conducta, como la demencia, trastornos del sueño y depresión, así como baja presión sanguínea. Aunque muchos de estos síntomas pueden tratarse, la eficacia terapéutica a menudo disminuye con el paso del tiempo.
Los síntomas son resultado de la pérdida de las células cerebrales que generan la dopamina, un neurotransmisor. Muchos estudios muestran que la degeneración de estas células va precedida por la pérdida de células en otras regiones del cerebro, e incluso de células nerviosas en el sistema gastrointestinal. Esto ocurre décadas antes de que se desarrollen los trastornos motores.
A la larga, los enfermos de párkinson desarrollan discapacidades progresivas y mueren prematuramente. No hay tratamiento para detener el inevitable avance de la enfermedad y no sabemos por qué las células generadoras de dopamina comienzan a morir.
Es probable que el párkinson se desarrolle como resultado de múltiples factores de riesgo. Las características demográficas son una de las principales influencias: las tasas más elevadas se encuentran entre hombres blancos de edad avanzada, y quienes son de ascendencia africana o asiática tienen un riesgo mucho menor. Varias mutaciones genéticas representan alrededor del 5% al 10% de los casos. Algunos síntomas, como el estreñimiento, la pérdida del olfato, los melanomas malignos y las afecciones del sueño de movimiento ocular rápido (MOR), también parecen estar ligados a un riesgo mayor. No obstante, la mayoría de los casos de párkinson surgen sin una causa conocida.
Es interesante que la variable que más se asocia a la enfermedad de Parkinson sea fumar, que, de hecho, reduce el riesgo, incluso después de tomar en cuenta las muertes prematuras debidas a enfermedades relacionadas con el uso del tabaco. La cafeína también parece estar relacionada con una modesta reducción del riesgo de desarrollar párkinson.
A pesar de nuestra frustrante falta de conocimientos sobre las causas del párkinson, hay muchas áreas de investigación prometedoras. La exposición a factores ambientales y ocupacionales, incluidos los pesticidas, metales pesados y solventes, puede desempeñar probablemente un papel causal importante, ya sea de manera independiente o junto con una predisposición genética a desarrollar la enfermedad.
En los años ochenta, seis drogadictos desarrollaron síntomas agudos de párkinson tras inyectarse accidentalmente drogas contaminadas con MPTP, que es estructuralmente similar al pesticida paraquat. Después, en numerosos estudios se investigó el vínculo entre el riesgo de contraer párkinson y la exposición a pesticidas y herbicidas; varios de los estudios, aunque no todos, demostraron un aumento del riesgo. Los pesticidas que con más frecuencia se mencionan como causantes son el paraquat, un herbicida de amplio espectro y el maneb, un fungicida que contiene manganeso.
El vínculo entre la exposición laboral al manganeso y los síntomas parecidos a los del párkinson se describió por primera vez, a principios del siglo XIX, en el caso de cuatro trituradores de mineral de manganeso. La exposición al manganeso puede darse mediante el polvo, los vapores y la contaminación atmosférica. Se usa intensivamente en las industrias del acero y la soldadura, en las que existe un riesgo elevado de sufrir una sobreexposición a los vapores. Los trabajadores de las fundiciones de ferromanganeso y las comunidades cercanas corren un riesgo especial de desarrollar síntomas parecidos a los del párkinson. El plomo, el cobre y el mercurio también se han mencionado como factores de riesgo, aunque se necesitan más investigaciones para confirmar esos resultados.
La exposición excesiva a algunos solventes puede también aumentar el riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson. La exposición ocupacional a hidrocarburos que contienen solventes, como el hexano, se ha vinculado con la aparición del párkinson a una edad temprana. Hay evidencia de un riesgo mayor vinculado con una exposición al tricloroetileno, comúnmente usado en la industria textil y en la fabricación de pesticidas y otros químicos. Hasta una tercera parte de las redes de suministro de agua en Estados Unidos contienen tricloroetileno, el contaminante orgánico más usual del agua subterránea.
Solo mediante una identificación de las diversas causas de la enfermedad de Parkinson podremos desarrollar estrategias preventivas. Por ejemplo, a medida que varios estudios empiecen a mostrar relaciones consistentes entre el mal y las toxinas medioambientales, los investigadores diseñarán estudios de largo plazo para demostrar los beneficios de reducir la exposición a estos agentes, en especial en las comunidades con un alto riesgo de exposición.
Falta mucho trabajo por hacer. Sin embargo, los beneficios de resolver el misterio de dos siglos de antigüedad sobre las causas de la enfermedad de Parkinson son potencialmente enormes.
Gill Nelson es profesora y directora del Grupo de Salud Ocupacional de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Witwatersrand, Johannesburgo, Sudáfrica.
Brad A. Racette es profesor y vicepresidente de Neurología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington, St. Louis. © Project Syndicate.