El Ministerio de Salud es el órgano rector del sector sanitario, en otras palabras, la institución que vela por la salud de los costarricenses. El país ha tenido excelentes ministros de Salud que tomaron decisiones esenciales para que la mortalidad infantil y de las mujeres embarazadas sea de las más bajas a escala mundial, y la expectativa de vida sea similar a la que reportan países desarrollados.
Ministros de la talla del Dr. Juan Jaramillo, Dr. Rogelio Pardo Evans, Dr. Edgar Mohs y, más recientemente, los doctores María Luisa Ávila, Daisy Corrales Díaz y Daniel Salas trabajaron arduamente para que todos los funcionarios del sector de la salud estén bien informados y tomen decisiones basadas en evidencia.
Varios son los principios y valores que debe tener un ministro de Salud, dentro de los cuales destacan la dedicación en la búsqueda de soluciones científicas a los problemas sanitarios que se presentan continuamente, el acceso oportuno a información, liderazgo, vocación de servicio, amor a la excelencia, creatividad para establecer uniones estratégicas y honestidad.
Costa Rica, después de un largo letargo, necesita progresar, y pasar de ser un espectador del desarrollo científico a ser un actor dentro de la revolución sanitaria que ocurre en el mundo. En la década de los setenta, el país hizo grandes avances en los índices de salud. No fue por casualidad, por el contrario, fue fruto de un equipo de trabajo que emitió directrices claras y precisas, cuya finalidad era controlar las enfermedades infecciosas más comunes y disminuir la desnutrición infantil.
Durante ese decenio, el Ministerio de Salubridad se dedicó de lleno a realizar estudios exhaustivos de la situación sanitaria nacional, de la disponibilidad y rendimiento de los recursos existentes y del grado de integración y coordinación de los servicios.
En esa época se establecieron objetivos específicos, entre estos, aumentar la expectativa de vida en ocho años, disminuir la mortalidad infantil en un 50 %, disminuir la prevalencia del bocio endémico por debajo del 10 % y abastecer de agua potable al 100 % de la población urbana y al 70 % de la población rural. Luego de varios años de trabajo intenso de los funcionarios del Ministerio, todos estos objetivos fueron superados con creces.
La desnutrición infantil se redujo considerablemente y la mortalidad infantil cayó a cifras de un dígito. Varias otras enfermedades disminuyeron significativamente gracias a los objetivos trazados por el Ministerio de Salud en esa década, por ejemplo, la parasitosis intestinal y la fiebre reumática, merced a un tratamiento intensivo reconocido por la Organización Mundial de la Salud y dirigido a tratar vigorosamente en todo el territorio las infecciones de garganta causadas por estreptococo.
De la misma forma, se creó la Comisión Nacional de Vacunación y Epidemiología, la cual es un pilar fundamental para que Costa Rica tenga un esquema de vacunación de primer mundo. En la década de los noventa se introdujo la vacuna contra la meningitis por H. influenzae, enfermedad causante de alta mortalidad y grandes secuelas en los niños.
Un año después de la introducción de la vacuna, las infecciones por H. influenzae pasaron de 150 al año a cifras de un solo dígito. Se introdujo además la vacunación contra la varicela, contra el rotavirus, contra la hepatitis B en todo recién nacido, la vacunación contra el neumococo y, más recientemente, la vacunación contra el papilomavirus.
Obviamente, con el paso de los años, las prioridades en el sector sanitario varían. Costa Rica logró sustanciales adelantos en varios paradigmas. En palabras del Dr. Mohs, el primer paradigma fue la eliminación de la desnutrición; el segundo, controlar la propagación de enfermedades infecciosas; y el tercero involucra problemas comunes en países desarrollados, como los traumatismos, el tratamiento de neoplasias, enfermedades degenerativas, partos prematuros e intoxicaciones.
A mi criterio, Costa Rica debe enfocarse en el tercer paradigma y planificar el abordaje de lo que algunos consideramos el cuarto paradigma, compuesto por enfermedades genéticas y enfermedades crónicas, que son prevalentes y, aparte de producir dolor en los enfermos, representa un gran costo económico para el país, pero para ello necesitamos un Ministerio de Salud ágil, analítico y eficiente.
El autor es pediatra infectólogo.