Los datos. Los sensacionales resultados obtenidos en las pruebas internacionales sugieren que Finlandia posee el mejor sistema educativo del planeta.
Al asumir que la familia es la primera responsable de la educación de sus hijos, la familia y la escuela finlandesas se potencian mutuamente. Así, por ejemplo, los niños acuden regularmente a la gran red de bibliotecas junto a sus madres y padres (ávidos lectores).
La escuela básica y obligatoria dura nueve años. Los niños finlandeses entran a la escuela a los siete años y no aprenden a leer hasta entonces. Los jardines maternales y la preescolar son voluntarios y puramente lúdicos.
“La educación obligatoria comienza a los 7 años porque antes los cerebros no están listos. Nuestras investigaciones neurológicas muestran que antes de esa edad el desarrollo cerebral y físico no es el apropiado para el aprendizaje académico”, explica Irmeli Halinen, directora de Educación Preescolar y Básica de Finlandia.
La sociedad finlandesa destaca por su alto nivel de cohesión y equidad social. Un 6% del PIB se invierte en educación. La escuela es pública, descentralizada y muy disciplinada. No hay más de 25 alumnos por aula en primer grado y un máximo de 20 de séptimo a noveno. Los alumnos tienen 190 días de clases al año y en todos los centros reciben una comida gratuita al día.
La lectura, la escritura y las habilidades matemáticas son la prioridad, abundan los proyectos y trabajos en grupo y el aprendizaje se orienta a competencias, más que a contenidos. Las nuevas tecnologías se aplican intensamente en el país de Nokia, que encabeza la estadística mundial de conexiones a Internet. Con 31 horas de clase por semana, el tema es la calidad y no la cantidad de las horas.
Pasión y disciplina. La suma de todos estos factores es clave.
A los profesores se les exige título universitario. Los aspirantes a la licenciatura de profesor de primaria deben superar dos procesos de selección: el primero en una unidad de evaluación centralizada, el segundo en las facultades de Educación. Entre otros aspectos se evalúa el expediente del candidato (debe superar el 9 de promedio en sus notas de bachillerato), su competencia lectora y escrita, su capacidad de empatía y comunicación, habilidad artística y alta competencia matemática.
El rigurosísimo proceso de selección es superado por menos de un 15% de los candidatos (la Universidad de Helsinki solamente admite al 12% de sus aspirantes a la docencia). Luego les esperan seis años de carrera y 6.400 horas de formación.
Así, el sueño de ser maestro (una profesión muy prestigiosa en Finlandia), es alcanzado por unos pocos: algo esperable en una sociedad que apunta a la excelencia y no confunde equidad con igualitarismo. Además, los directores de cada escuela eligen libremente al plantel docente, lo cual no es problema en un país señalado por la organización Transparencia Internacional como el menos corrupto del planeta.
Proyecto-país. Finlandia fue el segundo país en instaurar el voto femenino y el primero en elegir parlamentarias, en 1907. Tras la espantosa crisis económica de 1990, provocada por la caída de la Unión Soviética (su principal socio), Finlandia aspiró al liderazgo mundial en innovación, convencida de que su supervivencia en un mundo globalizado dependía de ser una sociedad del conocimiento.
Hoy el mundo vuelve sus ojos sobre Helsinki. Y aprende que la mejor educación no es la que empieza a los cuatro años de edad, ni la que produce docentes en masa.
El “milagro” finlandés nace entonces de un conjunto de factores: el papel crucial de la familia, la transparencia, el modelo pedagógico de avanzada, la fuerte inversión pública en educación, la rigurosa selección y preparación de docentes y el apego a un “Proyecto-país”. Intentar copiar los resultados de este modelo, sin practicar las condiciones que lo sustentan, es una ocurrencia. Ese es el gran peligro.