En 2022, Mohammed Bin Salman, príncipe heredero y gobernante de facto del Reino de Arabia Saudí entregó a Jared Kushner $2.000 millones. Para contextualizar, este monto es el 2,4% del PIB costarricense en 2024 u 8,7% del presupuesto del Gobierno de la República para el año anterior. Con ese peculio, se pueden construir 20 Estadios Nacionales.
Kushner contrajo nupcias con Ivanka Marie Trump en 2009. La primera visita de ambos a la península de Nicoya fue en 2022, quizá en júbilo por el estrechón de manos entre Kushner y los saudíes. Desde entonces, aterrizaron tres veces más en la antigua Finca La Flor, otrora propiedad de don Daniel Oduber.
No obstante, ¿cuán frívolas son las 18 fotos que colgó Ivanka en su Instagram surfeando en playa Hermosa, de Santa Teresa de Cóbano? ¿Es relevante la trivialidad vacacional de Ivanka?
Joseph Nye apacigua la banalidad del cuestionamiento. Nye, politólogo y observador del ejercicio del poder, definió “poder blando” como hacer que otros quieran lo que usted quiere, no porque deban, sino porque admiran lo que usted es. Influir sin imponer, conquistar sin conquistar, tener tanto appeal que los demás lo sigan por voluntad propia.
Entonces, ¿cuál poder blando se ejercita, se transforma o se beneficia más en Santa Teresa? ¿El de Ivanka Trump o el de Costa Rica?
Hija del desafiante republicanismo contemporáneo e ilustración inequívoca de nepotismo, Ivanka Marie encuentra en Santa Teresa un lugar idóneo para dar en el blanco del zeitgeist. De modelo a ejecutiva de la moda, a oficial federal de una oficina para emprendedores, a diplomática privada y elemento de la geopolítica cultural, Ivanka acierta reposicionando su imagen en un lugar que resuena con el público, al mismo tiempo que logra despolitizarse, distanciarse de la política paterna y desarmar la crítica ideológica.
Sus imágenes surfeando le permiten distanciarse de la compleja iconografía que ostentó como primera hija y funcionaria de Estado al mismo tiempo, pues se hace un desplazamiento semiótico de las críticas sobre su acceso privilegiado al poder por una ciudadana global que conquista un destino exótico, un rasgo altamente valorado en el imaginario cosmopolita actual. Así, Ivanka logra un desplazamiento del cuestionamiento de su ética pública por un relato hedonista, sustituyendo una imagen politizada por un estilo de vida aspiracional.
El surf tiene un fuerte significado. No es un deporte aglutinador de masas, sino un espejo de libertad personal, simbiosis con la naturaleza y vida de bajo estrés que beneficia a Ivanka para distanciarse de su conexión política-paterna. Una maniobra de mercadeo personal, que neutraliza las aristas más espinosas de su biografía, donde la diplomacia blanda de Nye y el destino exótico se conjugan para que Ivanka reivindique su capital estético.
Desde la óptica del discurso adversario, la tabla de surf de Ivanka actúa como un escudo semiótico; cualquier denuncia sobre favoritismo o mal uso de recursos públicos se diluye ante la apariencia de una deportista atrevida y ecologista. Este desplazamiento tiene el poder de transformar la discusión, porque es sencillo presumir que el usuario digital se inclina más por comentar imágenes de ocio que por rebuscar argumentos contra su ética pública.
Pero, ¿las vacaciones de Ivanka refrendan el certificado turístico de Costa Rica?
De acuerdo con el razonamiento de Nye, Ivanka en Puntarenas actúa como certificado de calidad y moldea las percepciones sobre Costa Rica, dañada seriamente por la inseguridad. Esto adquiere relevancia por la feroz competencia entre focos turísticos por atraer visitantes de poder económico y poder político. No obstante, este monocultivo turístico inevitablemente repercute en otras vías.
La percepción de Santa Teresa como enclave exclusivo se dispara, inscribiéndolo en el circuito global de prestigio y amplificándolo como destino de élite. Pero esto arroja como consecuencia la magnificación del pueblo en un objeto de especulación mercantil, que despoja a sus habitantes originales de su hábitat, erosiona la memoria colectiva, desmantela lazos comunitarios, sustituye la vida comunitaria por el urbanismo exclusivo, agudiza la segregación espacial y cultural y transforma el tejido social forjado durante generaciones. Estos fenómenos se fusionan hoy en el término “gentrificación”.
Haciendo justicia con Ivanka, este fenómeno no es estrictamente su responsabilidad. La gentrificación es estructural y progresiva, no individual y precipitada. Responde a la lógica del capital global que privilegia la plusvalía del suelo por la ley de oferta y demanda. Además, la apelación a un actor individual es erróneo, porque eclipsa la corresponsabilidad del discurso político del desarrollo por la vía de inversión extranjera con la complicidad de instituciones públicas garantistas de exenciones fiscales y desregulación, así como la inexistencia de controles serios y eficaces.
El mensaje subyacente de la visita de Ivanka a Puntarenas es mixto. No es otro volcán en erupción; empero no es un oro olímpico para el país. Desde el imaginario aspiracional, se refuerza la marca del sur de la península de Nicoya, pero simultáneamente, revaloriza simbólicamente el espacio puntarenense, lo que tensiona la sostenibilidad del entorno local.
Las vacaciones de Ivanka en Santa Teresa son relevantes solo si obligan a reflexionar sobre la administración pública que se le da al valor intangible del país. Toman importancia porque ponen al descubierto la ausencia de una estrategia pública que institucionalice el patrimonio colectivo costarricense. ¿Será que tendremos que ver al príncipe Bin Salman surfear en Santa Teresa para tener una discusión profunda sobre la transformación irremediable de nuestros espacios?
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Andrés J. Chaves Huertas es máster en Ciencias Políticas de la Universidad de Haifa, en Israel.
