“A veces hablo al vacío”, confiesa un profesor; “dejo lecturas que nadie lee”, añade otro; “cuatro se salvan; los demás llegan a mirar el celular”, remata un tercero. Esa orquesta de desánimo apunta a un terremoto cultural que azota a la Academia.
Sabemos que la antigua promesa universitaria se desvanece y un título ya no garantiza ascenso social. El estudiante lo intuye y se pregunta: ¿para qué esforzarme? El fenómeno de los “ninis” –ni estudian ni trabajan– es bien conocido. También reconocemos la resaca emocional de la pandemia. Si enseñar siempre fue solitario, hoy lo es más: ante la ansiedad, el duelo y el encierro, quien reconoce su fatiga teme parecer débil y calla. Así se cierra un círculo vicioso: profesor agotado, estudiante distante, clase sin pulso. Empero, parece haber otro factor de enorme importancia…
Del texto a la imagen
Muchos docentes son lo que Giovanni Sartori llama Homo sapiens lector, un aprendiente formado en el libro, que trabaja simultáneamente en dos planos semánticos: en el denotativo, identifica el sentido literal de las palabras, desmenuza conceptos y los relaciona; mientras, en el connotativo explora los sentidos implícitos, metáforas e ironías. Ese doble ejercicio fortalece la capacidad simbólica y el pensamiento abstracto del Homo sapiens, porque la palabra escrita obliga a “ver con la mente” antes que con los ojos.
Sartori describe un “salto cultural”, en el que pasamos del Homo sapiens –forjado en la lectura– al Homo videns, gobernado por la imagen y formado a golpe de pantalla. El problema es que cuando la lectura declina y domina la imagen, el receptor consume significados ya procesados y pierde el hábito de construirlos. El resultado es un procesamiento más rápido pero menos crítico y, en el aula, un gran desencuentro entre docentes que asignan lecturas y estudiantes poco entrenados para masticarlas.
Cuatro palancas para recuperar el aula
Frente a la combinación de desgano estudiantil y desgaste docente, necesitamos algo más que retoques cosméticos: hace falta un cambio estructural que devuelva ritmo, propósito y comunidad al aula.
Mientras la clase se enfría por la apatía, la heutagogía –término acuñado por Stewart Hase y Chris Kenyon en el año 2000 para referirse al aprendizaje autodirigido– propone invertir la lógica: cuando cada estudiante define qué aprender, cómo demostrarlo y por qué le importa, el profesor deja de forcejear por atención y se convierte en curador de rutas, en una clase en la que la curiosidad sobrevive y el entusiasmo derrota al hastío. Consideremos cuatro palancas que, accionadas de manera coordinada, pueden reactivar el aprendizaje y aliviar el malestar de quienes enseñan y aprenden.
- Trabajo colaborativo. Hablamos de “Aprendizaje Basado en Problemas o Proyectos” (ABP) y aprendizaje liderado por pares que, al distribuir la responsabilidad, encienden la motivación e impulsan el aprendizaje.
- Innovación con sentido. El “aula invertida” y el microaprendizaje –entre otros dispositivos– son útiles si son medicina, no moda. El exceso de “novedad” también anestesia.
- Aprendizaje autodirigido. Los módulos autogestionados y los portafolios digitales o físicos, donde estudiantes y docentes hacen acopio de evidencias de su progreso, fomentan la metacognición: el aprendiente deja de ser espectador y toma el protagonismo.
- Espacios apreciativos. Estas son reuniones seguras, donde los docentes comparten logros y tropiezos, ventilan frustraciones y crean soluciones. No es extraño que, en estos espacios, apenas un colega señala que algo no se puede hacer, otro explique cómo lo hizo.
Nada de esto prospera si cada profesor rema solo. El portafolio debe definirse en el sílabo, las técnicas activas convertirse en norma y los círculos apreciativos recibir respaldo directivo. La pedagogía moderna nos pide poner al estudiante en el centro. Pero no habrá alumno protagonista sin docentes con energía, propósito y comunidad.
Por ello, el malestar docente requiere ser abordado con profundidad. Más aún –y más grave aún–, creemos que el paso del Homo sapiens lector al Homo videns, con su profundo impacto a nivel civilizatorio, aún no ha sido reconocido y estudiado en profundidad en la Academia.
enrique.margery@gmail.com
Enrique Margery Bertoglia es educador.