La vida y el legado de Uladislao Lalo Gámez Solano son testimonio de un compromiso inquebrantable con la educación costarricense. Una promesa hecha a su padre, don Antonio Gámez González, marcó sus pasos: “Hacer que la educación fuera posible para todos; que ningún costarricense fuera privado de ella”.
Para don Lalo, como se le conocía, la educación no solo era un derecho, sino también una oportunidad y un deber ineludible del Estado costarricense.
Educar no era solo transmitir conocimiento, sino abrir caminos, liberar mentes y formar ciudadanos conscientes de su papel en la sociedad.
Su pensamiento estaba influenciado por Omar Dengo. Creía firmemente en la autonomía del pensamiento y en la necesidad de librarse de cualquier mandato externo que nublara la razón, incluidos populismos y fanatismos de cualquier índole.
En una sociedad atrapada en burbujas informativas que refuerzan creencias sin cuestionarlas, don Lalo veía en la educación una herramienta indispensable para el desarrollo del pensamiento crítico.
Vivimos en tiempos acelerados y polarizados, donde el pasado parece querer ser olvidado. Pero don Lalo nos advertía: “Uno de los peores pecados del ser humano es olvidar. Por eso, debemos cuidar de la memoria activa, del pensamiento crítico.”
Para él, el pensamiento crítico no era solo una habilidad intelectual, sino un deber moral.
Desde sus primeros años en Esparza, su pasión por el aprendizaje fue evidente. En una época en que la educación secundaria era un privilegio y no un derecho, convirtió las limitaciones en una motivación para acceder a la enseñanza. En 1923, se abrió una convocatoria de becas del Ministerio de Educación y él vio allí una oportunidad. Presentó y aprobó el examen de admisión en la Escuela Normal de Costa Rica, lo que dio un giro definitivo a su vida.
Dejó atrás su hogar y todo lo conocido, enfrentó soledad y sacrificio, y aprendió que llevar la luz a otros es una decisión.
Heredó de su padre, don Antonio, el amor por la educación. Don Antonio atendió el llamado de don Mauro Fernández, quien llegó a Costa Rica desde Sevilla en 1871 para reformar la educación primaria.
Así, don Lalo siguió el camino de don Antonio y encontró en Omar Dengo un segundo padre académico. En la Escuela Normal, se formó bajo su guía en literatura, historia, filosofía, música y geografía, con el piano como su refugio y compañero.
La certeza del ministro
Como ministro de Educación, trabajó incansablemente por una enseñanza más inclusiva y equitativa. Impulsó la expansión de la educación secundaria en zonas rurales, modernizó programas de estudio y fortaleció la formación docente, asegurándose de que Costa Rica estuviera a la altura de los desafíos del siglo XX.
Porque don Lalo, el “guayacán”, tenía una certeza inquebrantable: la educación es el pilar del desarrollo de una nación. Un sistema educativo sólido forma ciudadanos capaces de discernir la verdad en medio de un mar de información contradictoria. Y si algo nos enseñó, es que un pueblo educado no solo progresa, sino que también sabe escuchar y dialogar.
Hoy, su legado es más vigente que nunca. Las democracias, por longevas que sean, se debilitan cuando el diálogo desaparece y las imposiciones toman su lugar. La historia ha demostrado que las naciones con sistemas educativos robustos han superado crisis, construido sociedades justas y vencido la oscuridad con el conocimiento.
El reconocimiento del Benemeritazgo de las Letras Patrias para Uladislao Gámez no solo honra su trayectoria, sino que rinde tributo a todos aquellos educadores que, como él, dedicaron su vida a sembrar futuro.
Porque la educación es más que un derecho, es la semilla de una nación.
pablo.gamezcersosimo@gmail.com
Pablo Gámez Cersosimo es escritor y periodista.
