
Después de una caminata por la playa, volvimos al hotel. Nuestros pies estaban cubiertos por una fina capa oscura, negra como grasa de motor. Al quitarnos las chancletas, abrimos el chorro al máximo y frotamos con las manos: nada. La mancha persistía, sobre todo entre los dedos. En la habitación, con una toalla seca, lo intentamos de nuevo sin éxito. Al final, no quedó más que recurrir al jabón y a la paciencia.
Esa mancha venía de la arena de playa Negra, que está al lado de Puerto Viejo, en el Caribe sur. Habíamos llegado temprano, tras un aguacero de veinticuatro horas, y la playa brillaba como un cielo estrellado. Caminamos entre esos destellos, hipnotizados, con olas tímidas que apenas se atrevían a romper.
En la playa desembocan dos quebradas. Vienen de un humedal que está al otro lado de la calle, detrás de unas construcciones que no deberían estar ahí. Los lechos de las quebradas comparten el mismo tono oscuro de la arena de la playa, lo que sugiere que esa arena viene de tierra adentro.
Un par de garzas alzaron vuelo desde el humedal. Una detrás de la otra. Rozaron las olas y siguieron hacia donde vuelan las aves del mar. Tendemos a imaginar las playas hermosas como lugares de arena blanca. Pero hay algo inesperado en lo oscuro: una forma de estar que luce otros brillos.
El experimento
La arena era suave, compacta, casi como de terciopelo bajo los pies. Perfecta para jugar y trazar con el dedo gordo ese surco zigzagueante que uno deja al caminar. Al principio, el juego entretiene; luego molesta. ¿Será que el dedo se cansa o que nos irrita ver cómo la línea se tuerce? Un pequeño misterio que tal vez se resuelva durante otra caminata o conversación con amigos.
Después de hacer dibujos en la arena, llegó el momento serio: el experimento. Buscamos una zona de playa bien seca y sacamos el magneto de “Costa Rica Pura Vida” que compramos en Puerto Viejo. Lo acercamos a la arena y, de inmediato, se cubrió de diminutas partículas negras: granos que se levantaban como pelitos metálicos. Arena magnética. Era lo único que se movía con rapidez en esa relajada playa caribeña.
El magnetismo de estas arenas viene de su contenido metálico. La magnetita, rica en hierro, responde al campo magnético de la Tierra y a imanes modestos como el de nuestro souvenir. Este mineral se forma en el interior de la corteza terrestre, en ambientes calientes y ricos en hierro.
Es probable que esas partículas vengan de rocas intrusivas de la cordillera de Talamanca, formadas hace entre cinco y veinte millones de años, a partir de un magma que se fue enfriando bajo tierra. Así, el enfriamiento paulatino y la paciencia de la Tierra nos regalan los cristales que encontramos en la playa.
La línea negra del mar
¿Por qué hay tanta arena oscura en playa Negra? ¿Por qué más que en otras playas? Primero, la lluvia golpea las rocas volcánicas tierra adentro, arrastra fragmentos hacia los ríos y, con suerte, algunos llegan al mar. Luego, el viento, el oleaje y las corrientes marinas distribuyen este material.
En esta parte del Caribe costarricense, las mareas apenas superan el medio metro de amplitud, por lo que su influencia en la forma de la playa es menor. Las corrientes, que fluyen de noroeste a sureste, arrastran sedimentos a lo largo del litoral, impulsadas por los vientos alisios y reforzadas por el oleaje profundo del Atlántico norte.
En esta dinámica se forma un placer de magnetita: una capa delgada de granos negros, brillantes y pesados que se acumula en la zona entre mareas. Más densa que otros minerales, la magnetita se asienta cuando la energía de las olas disminuye, mientras los sedimentos más ligeros son arrastrados mar adentro o por la costa.
Un rice and beans magnético
Esa noche cenamos rice and beans con pollo y chile panameño, y aún teníamos arena negra entre los dedos. No nos molestó. Habíamos caminado sobre minerales que, tras formarse hace millones de años, decidieron adherirse a nosotros como si fuéramos grandes magnetos.
Nos sentimos atraídos por las playas blancas: prometen descanso y perfección. Pero, si dejáramos que la Tierra orientara nuestros pasos como guía a los minerales, caminaríamos con mayor frecuencia sobre esa arena densa, antigua y brillante de playa Negra. El verdadero imán del Caribe sur.
Uno no se despide fácilmente de playa Negra. Algo se queda pegado. A veces es solo una mancha entre los dedos. Otras, una idea que se deposita despacio en la memoria, como un grano de magnetita. Como una estrella.
emma.tristan@icloud.com
Emma Tristán es geóloga y consultora ambiental.