A pesar de haberme prometido que evitaría emitir opiniones respecto al ámbito político, hay situaciones ante las cuales no puedo dejar de manifestar mi enorme preocupación. Me refiero al giro que han tomado las declaraciones del presidente Rodrigo Chaves deslegitimando la institucionalidad democrática y amenazando con un evento similar al que vivimos en 1948.
Para la mayoría de los costarricenses, ese es un episodio distante, un asterisco en la historia del que quizá pocos tienen un conocimiento real. Sin embargo, las recientes palabras del mandatario vienen acompañadas de una campaña de mano izquierda que pretende colocar a la Fuerza Pública en contra del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), lo cual constituye una afrenta a la institucionalidad y la democracia.
Estoy convencido de que quienes dirigen esta campaña nunca sufrieron esa tumultuosa época que debemos impedir que se repita. No podemos olvidar –o, dolosamente, ignorar– los sufrimientos en ambos bandos, la división de las familias, los infames decretos persecutorios y los miles de muertos. Todo este dolor nos debe llamar a la moderación.
Aún más olvidado es el caso que hoy quiero relatar. En las elecciones del 6 de febrero de 1966, el triunfo le correspondió a don José Joaquín Trejos Fernández, con una diferencia de un poco más de 4.000 votos, menos de un voto por mesa de votación.
Yo había sido encargado del dinero para el transporte del día electoral y, por eso, el 8 de febrero en la tarde, estaba en el proceso de pagar los servicios de transporte de vehículos privados y taxis. Serían las cuatro de la tarde cuando nos enteramos de que importantes figuras contrarias a don José Joaquín se habían congregado en la Segunda Compañía –lugar donde se encontraba la mayoría de las armas– con el propósito de dar un golpe de Estado.
Con el poco dinero que me quedaba en el bolsillo, a eso de las 8 de la noche, me fui a la casa de don José Joaquín, donde se vivía un ambiente muy tenso. Debo resaltar que gracias a don Mario Quirós Sasso, ministro de la Presidencia, se estableció un diálogo. En ese momento, don José Joaquín y su primo, el doctor Fernando Trejos Escalante, se trasladaron a la casa de don Mario. Horas más tarde, ambos regresaron y el peligro había pasado.
El acuerdo al que se llegó consistió en dos puntos: Francisco Calderón Guardia no ocuparía el Ministerio de Seguridad en el nuevo gobierno y no se realizaría ninguna persecución económica a través de la banca nacional.
Más tarde, nos enteramos del papel fundamental que había jugado el presidente Francisco Orlich. Los golpistas le habían comunicado que pondrían un avión a su disposición para que saliera del país, asegurándole que podría regresar el 8 de mayo para el inicio de la nueva administración, con total normalidad. La respuesta del presidente fue contundente: “A Chico Orlich lo sacan muerto de la Casa Presidencial porque no voy a ninguna parte”.
Ese acto de valentía desinfló a los revoltosos y dio paso a la intervención de Mario Quirós Sasso.
Hoy, Costa Rica debe honrar a tan excelsos patriotas. Tanto el presidente Orlich como su ministro Quirós representan lo mejor del ser costarricense: valentía, solidaridad, inteligencia, serenidad, diálogo y sabiduría.
Los llamados al odio, las palabras incendiarias, los ataques a quienes piensan diferente y las mentiras no deben tener cabida en la política de un país democrático y amante de la paz. Volvamos nuestros ojos a personas como don Chico y don Mario y rechacemos decididamente la violencia y el autoritarismo.
No permitamos que siembren odio, zozobra ni miedo. Condenemos a los que quieren destruir la paz y velemos para que nunca se repitan hechos tan terribles que llenaran de angustia, luto y miseria los hogares de muchos de nuestros compatriotas.
Luis Manuel Chacón Jiménez es exministro y exdiputado.
