Pensamos, hablamos y escribimos dentro de ciertos marcos intelectuales que, en gran medida, damos por sentados. Pero, con el paso del tiempo, las categorías e ideas familiares se vuelven obsoletas. Por ejemplo, ¿quién habla todavía de la “Unión Soviética”, más allá de los historiadores?
En una línea similar, las elecciones presidenciales en Estados Unidos fueron el acontecimiento político más significativo del 2024, y casi con seguridad serán recordadas como un punto de inflexión histórico. El resultado marcará los acontecimientos mundiales de las próximas décadas.
Los efectos se dejarán sentir de dos formas. Primero, en lo inmediato, práctico y operativo de la gobernanza cotidiana. Con Donald Trump de nuevo en la Casa Blanca, Estados Unidos se retirará del acuerdo climático de París, impondrá nuevos aranceles a sus socios comerciales y lanzará una campaña masiva para acorralar y expulsar a millones de migrantes indocumentados.
En conjunto, representa un cambio fundamental en la forma de actuar del país más poderoso del mundo, y en lo que representa.
Luego está la dimensión global, en la que son posibles muchos escenarios, desde grandes cambios de poder hasta la disolución de alianzas de larga data y la desintegración de las instituciones y normas que gobiernan el mundo.
¿Qué ocurrirá con las relaciones transatlánticas? ¿Qué pasará con Ucrania? ¿Estados Unidos estrechará más los lazos con Rusia y otros regímenes autoritarios a expensas de la Unión Europea y otros aliados?
Trump ganó de manera contundente, a pesar de su desprecio por las instituciones democráticas, sus esfuerzos por anular las elecciones del 2020 y su posterior condena por 34 delitos graves.
Aunque los votantes conocen su estrategia caótica a la hora de gobernar, su mendacidad habitual y sus políticas migratorias siniestras, ganó en todos los estados pendulares. Incluso con pleno conocimiento de quién es Trump, más estadounidenses votaron por él que por Kamala Harris.
No debemos andarnos con vueltas: la democracia liberal en Estados Unidos sufrió un golpe letal. Estará sometida a una presión cada vez mayor a ambos lados del Atlántico, y no hay ninguna garantía de que sobreviva. Después de todo, ¿puede haber algún futuro para el Occidente liberal sin Estados Unidos como su líder? Creo que la respuesta es no.
Trump iniciará su segundo mandato con el control republicano de ambas cámaras del Congreso, y muchos observadores prevén que la mayoría conservadora de 6 a 3 en la Corte Suprema lo respalde inequívocamente.
En junio, la Corte dictaminó, en un caso presentado por Trump, que los presidentes gozan de amplia inmunidad frente a procesos penales por actos “oficiales”. En consecuencia, gobernará —en verdad, regir— sin impedimentos. No hay nada que le impida transformar la democracia liberal estadounidense en una oligarquía antiliberal.
Obviamente, se intensificará la presión sobre las democracias europeas para que contribuyan más a su propia seguridad. Pero Trump no tiene ningún interés en fortalecer a la UE —más bien todo lo contrario—, y la capacidad de la UE para avanzar de forma independiente sin el apoyo tácito de Estados Unidos es incierta.
Hacerlo requeriría un cambio fundamental en la mentalidad política de los europeos, y ese cambio no está actualmente a la vista. Además, el motor franco-alemán que impulsaba a la UE ya no funciona, y nadie sabe cuándo volverá a arrancar, o si es que alguna vez lo hace.
Otra cuestión importante es el conflicto palestino-israelí. ¿El actual gobierno israelí se apresurará ahora a anexar Cisjordania? ¿Qué hará con Irán, que viene acumulando uranio casi apto para fabricar armas? Todos los indicios apuntan a una guerra en la región, a una reestructuración violenta que implicará cualquier cosa menos paz o incluso un alto el fuego duradero.
Esto nos lleva a la última pregunta, y la más trascendente: ¿cómo será el mundo sin un Occidente liberal? Durante décadas, la alianza transatlántica proyectó poder (tanto duro como blando) y modeló los valores que sustentaban un orden global cohesionado. Pero ahora el orden global está atravesando una transición caótica.
Si Europa no logra unirse en este momento de cambio tumultuoso, no tendrá una segunda oportunidad. Su única opción es convertirse en una potencia militar capaz de proteger sus intereses y garantizar la paz y el orden en la escena mundial. La alternativa es la fragmentación, la impotencia y la irrelevancia.
El reto se ve agravado por un cambio tecnológico masivo hacia la digitalización y la inteligencia artificial, así como por la crisis demográfica de Europa. Aunque el continente tiene demasiada gente mayor y muy pocos jóvenes, cada vez se opone más a la migración.
¿Ahora qué? ¿Europa se preparará para el desafío o volverá a una estructura parecida a la que siguió al Congreso de Viena de 1814-15, en la que la influencia de Rusia era dominante y omnipresente?
Los europeos se despertaron el 6 de noviembre con un resultado que los afectará más profundamente que todas sus propias elecciones juntas. Trump no solo cambiará a Estados Unidos (para peor); también dará forma a la historia europea, si se lo permitimos.
Joschka Fischer, ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania de 1998 al 2005, fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.
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