Debido a mi trabajo como periodista y líder de un medio digital de El Salvador, he tenido la oportunidad de viajar a algunos países de Latinoamérica y he necesitado de un servicio de taxi o Uber para transportarme. En el vehículo, mi acento y mis palabras me delatan cuando inicio conversación con el conductor. Digo que soy de El Salvador, y aquí vendrá la pregunta que casi todos hacen: ¿Cómo les va con Bukele? ¿Es verdad que acabó con la violencia y las maras?
En los últimos tres años –desde Argentina hasta Perú y Colombia, pasando por Centroamérica y parte de México–, cuando les digo a los choferes de taxi o Uber que soy salvadoreño, puedo apostar a que me harán la misma pregunta, y lo único que cambiará es el acento.
Esa pregunta a veces es fastidiosa porque se intuye en el aire que lo único que esa persona ha visto de El Salvador de Bukele son las millonarias propagandas externas que hablan del Cecot (Centro de Confinamiento del Terrorismo) y de su régimen de excepción; se siente en la pregunta que el discurso populista busca alimentar la sed de venganza de pueblos latinoamericanos enteros, hartos de la corrupción y violencia de sus propios países, y ven en Bukele un caudillo al que idealizar.
Si tuviera que asignar un porcentaje, un 85% de quienes preguntan parecen necesitados de reforzar su amor por Bukele y su forma de gobierno. Y cuando doy las primeras respuestas que desdibujan a su líder favorito, se siente en el ambiente esa desazón de estar oyendo algo que no esperaban y que pincha su burbuja de disonancia cognitiva. Se nota en sus miradas que acaban de escuchar algo que no se alinea con sus creencias sobre Bukele.
Y yo, después de horas de vuelo, respiro, y ya tengo preparada una respuesta de cajón para la misma pregunta que se repite por América Latina. Mi respuesta diseñada se inicia así: “Sí, es verdad que en El Salvador hay menos inseguridad causada por pandillas. Sin embargo, sigue habiendo violencia contra la mujer, contra los pobres y contra quienes opinan diferente. Es verdad que Bukele acabó con las pandillas, pero también acabó con la democracia. Ese fue el precio”.
Y luego plantean otra pregunta, ansiosos de oír algo que refuerce sus creencias sobre el caudillo, diciendo cosas como “¿De qué sirve la democracia si están matando a mi familia, o si no me dejan trabajar porque me extorsionan?”. Repiten el mismo discurso autoritario de Bukele que ha permeado esta capa media-baja no solo en El Salvador, sino en América Latina.
Hace poco, un conductor de Uber en Costa Rica me dijo literalmente estas palabras, que son el calco de la retórica bukelista: “Pero los defensores de derechos humanos nunca se han interesado por los derechos de las víctimas de las pandillas, de los violadores; o los derechos de quienes son extorsionados”. Como si ese chofer de Uber fuese un salvadoreño más que escucha a diario los despropósitos de Bukele.
Luego, un Uber en Guatemala me insinuó que no vería mal sacrificar un poco de democracia, libertades y derechos humanos, a cambio de seguridad y paz, “como lo ha hecho Bukele con el Cecot y el régimen de excepción”. Se imaginarán mi mirada y mi asombro interno ante semejante necedad.
No obstante, cuando ya entro en modo debate, argumento que Bukele no logró su “milagro” siendo honesto. Les explico que su gobierno ha puesto la información pública bajo reserva; que investigaciones periodísticas demostraron que negoció con las pandillas y que liberó líderes criminales a cambio de beneficios electorales. Les cuento que ha liberado permisos para deforestar el país. Les hablo sobre cómo defensores de derechos humanos han sido encarcelados por disentir, por manifestarse pacíficamente para proteger sus viviendas de un desalojo injusto. Les cuento cómo tiene una campaña de constante ataque contra el periodismo que lo fiscaliza.
Al oír esto, guardan silencio y titubean: “Ah, sí, eso no se debe hacer”. Pero ya es tarde. Iniciaron esa conversación y las respuestas que desafían sus creencias ya las escucharon, y se percibe que no quieren seguir oyendo cosas que no refuercen su amor por Bukele.
El tiempo pasa, me quedo callado, anhelo llegar a mi destino, y cuando escucho el silencio incómodo, prefiero iniciar una charla sobre fútbol y la selección de ese país en el que estoy, porque ¡qué fastidio tener que desenmascarar a Bukele!
mbeltran@gatoencerrado.news
Mario Beltrán Mejía es periodista salvadoreño, director y cofundador de la revista GatoEncerrado, que hace periodismo de investigación en El Salvador.
