La discusión acerca del software libre tiene total similitud con el agua del tubo y la embotellada. Ambas son H2O, están disponibles en distintos medios y tienen diversas formas de uso, calidad, riesgos y costos.
Hay situaciones en las que usar una u otra es indiferente, y en otras es totalmente impensable porque las consecuencias son 100% catastróficas. Al igual que las personas, las organizaciones deben tener prácticas muy claras acerca del agua o software que quieren usar y para qué propósitos.
Lavarse el cabello, regar el jardín o diluir un medicamento requieren calidades y presentaciones de agua muy diferentes. De la misma forma, una organización decide si sus sistemas estratégicos que impactan sus procesos de misión critica se sustentan en software de un tipo u otro o decide probar nuevas opciones de calidades y disponibilidades de plataformas de solución en áreas no estratégicas y, con base en su experiencia, amplía su base de conocimiento hasta niveles operativos importantes.
De la misma forma una persona puede ir probando su tolerancia a diferentes calidades de agua y aprender los beneficios o consecuencias negativas propias o ajenas a las que se expone.
No hay que enredarse tanto como una ley o un reglamento de acatamiento obligatorio. Con una buena directriz y algunos ejemplos debiera ser suficiente para extender las mejores prácticas al resto de los interesados en adoptar uno u otro software .
Hay ejemplos muy claros de que ciertas practicas causan efectos irreversibles con costos muy altos y ejemplos de organismos que se adaptan y sobreviven a calidades y cantidades de agua que para otras formas de vida son intolerables.
Pero todo lo anterior puede sucumbir ante el frenesí de regular algo que aún no está muy claro y que se teme o se apoya por miedo a cambiar o por temeraria ignorancia.