
Fue un fotógrafo publicitario, de cuyo nombre no quiero acordarme, quien me dijo que la botella de un famoso refresco gaseoso incitaba a caer en la tentación.
Les prometo compartir en este artículo la explicación que ese hombre me dio en torno a la supuesta complicidad del envase de esa bebida con el pecado, pero antes permítanme contarles otros dos episodios parecidos y con el mismo personaje.
Ese hombre asistió hace más de 30 años a un campamento de jóvenes cristianos en el que participé como uno de los líderes, razón por la cual el profeta antibebida carbonatada me buscaba con frecuencia para compartir sus puntos de vista conmigo.
La primera vez que me sorprendió fue durante la actividad de bienvenida a los campistas. En uno de los juegos, se le impuso a una joven, como penitencia, reptar como culebra a lo largo de dos metros.
“Me extrañó sobremanera que permitieras ese castigo”, me espetó aquel tipo, que, como fotógrafo era excelente, pero como teólogo… que cada quien saque sus propias conclusiones.
Y agregó: “En la Biblia, la serpiente es símbolo de desobediencia a Dios. Estoy seguro de que esta noche, los muchachos no vieron a una joven que imitaba a un reptil, sino a la imagen viva de la víbora del huerto del Edén”.
El segundo episodio tuvo lugar al día siguiente. El susodicho individuo acudió a mí con el rostro desencajado.
“Acabo de estar en el área de la piscina. ¡Hay que ordenarle a la gente que salga de inmediato del agua, pues allí se percibe una fuerte carga erótica!”.
No era la primera vez que escuchaba ese tipo de perspectivas en torno al sexo, pero esas posiciones no dejaban de asombrarme.
Conocí a un pastor que también veía tentaciones eróticas por doquier. Una vez, quiso obligarnos a los organizadores de un campamento a eliminar el dibujo de una línea del tren en los afiches promocionales que habíamos enviado a distintas iglesias. Dibujábamos la vía férrea para recordarles a los muchachos que a la finca donde se realizaba el campamento se viajaba en el Ferrocarril Eléctrico al Pacífico.
Rodeos cantinflescos
¿Qué nos dijo aquel líder religioso? Que rieles y durmientes no eran objetos inocentes, sino símbolos sexuales, pues provocaban en los campistas el deseo de ir en parejas a portarse mal en la finca encharralada que estaba al otro lado de la línea.
No dimos el brazo a torcer, por lo que aquel hombre no cesaba de ponernos como mal ejemplo.
Otro predicador advirtió a un grupo de jóvenes de una iglesia capitalina sobre lo peligroso de la masturbación: “Al masturbarse, uno peca porque piensa en gemelas suecas”.
Pues bien, ¿por qué la botella de un refresco gaseoso induce a pecar?, según aquel fotógrafo publicitario.
El hombre introdujo el tema diciéndome que lamentaba que en la soda del campamento vendieran esa bebida. Pensé que iba a salirme con un discurso tipo “aguas negras del imperialismo yanqui”, pero su respuesta me dejó aún más perplejo.
De acuerdo con su forma de ver el mundo, cuando toman dicho refresco gaseoso, los jóvenes imaginan el cuerpo de una mujer desnuda, ya que esa es la forma morbosa que tiene la botella de esa bebida.
Siempre que tropiezo con gente adicta a este tipo de mentalidad, recuerdo de inmediato el refrán popular que nos recuerda que “de la abundancia del corazón habla la boca”.
Me cuesta entender ese afán y obsesión por detectar sexo retorcido en absolutamente todo. Se trata de gente que de seguro obvia, en sus lecturas de la Biblia, el sensual libro Cantar de los Cantares.
“¡El diablo es puerco!”, sentenciaría el papá de Betty, la fea, un personaje de telenovela colombiana experto en imaginar oscuras intenciones.
José David Guevara Muñoz es periodista.
