
“¿Quién me tiene creyéndome un sabelotodo de la Biblia y apostando ¢20 en torno a uno de los personajes más famosos del Antiguo Testamento?”.
Esa fue la pregunta que me hice, con el rabo entre las piernas, aquella lejana mañana de domingo en que acepté y perdí el reto bíblico que me lanzó un virtuoso pianista costarricense que quería una moneda para tomarse un trago de licor.
Así ocurrió a finales de los años 80, cuando en Costa Rica circulaban las monedas de ¢20 y con ellas se podía comprar algo más que un puñado de confites.
El episodio tuvo lugar en el templo de la Iglesia bautista en San Pedro de Montes de Oca, ese edificio con aspecto de chalet suizo que colinda con el bar Fito’s, y el músico era Vernon Pibe Hine, un limonense que nació en 1938 y fue declarado “el mejor pianista costarricense del siglo XX en el campo de la música popular”.
Tan talentoso era que, cuando tenía 22 años, fue declarado por la prensa mexicana como “la más joven promesa del piano”. Su arte era bien conocido en ese país, al que llegó en 1955 y donde fue acogido por el maestro Agustín Lara, cantante, compositor y actor que brilló en el campo del bolero.
Con él conversé en muy pocas ocasiones durante los últimos años de su vida, cuando lamentablemente era una partitura a punto de concluir. Murió, a causa de una caída, en 1993, a los 55 años.
Pues bien, aquel domingo me encontré de nuevo con el Pibe Hine, quien vestía traje entero negro y camisa blanca, como las teclas del piano, y se encontraba un poco más sobrio, más afinado, que en otras ocasiones.
Nos saludamos con un apretón de manos y, sin soltarme, me dijo: “Papito, regáleme veinte pesos. No le voy a mentir, es para tomarme un trago”.
–Ahorita no tengo, le mentí, pero él lo intuyó.
–¿No tiene o no quiere darme? Es diferente.
Me desarmó.
–Prefiero no darle, le dije.
–¿Por qué?
–Porque no me gusta verlo tomado. Usted es un gran artista y aún tiene mucho talento para compartir.
–Mentira, no es cierto, estoy acabado y lo que necesito ahora es un trago. ¿Qué le cuesta regalarme veinte pesos?
–¿Y si más bien toca un rato el piano de esta iglesia?
–¿Está loco? ¿No ve que el pastor de esta iglesia, un señor alto y flaco, no me deja tocar el piano porque siempre ando borracho?
No le dije, para no acongojarlo, que el pastor era mi padre.
–A ver, hagamos un trato. Yo le hago una pregunta de la Biblia y si usted, que debe saber mucho de ese libro, me la contesta bien, me voy sin los veinte pesos. Pero si usted no sabe la respuesta o contesta mal, me da los veinte pesos y yo me voy feliz y contento a tomarme un trago en Fito’s.
Seguro de mis conocimientos, pues en ese entonces era estudiante del Seminario Teológico Bautista de Costa Rica, acepté la apuesta.
–Bueno, aquí va la pregunta, preste mucha atención, güevón, porque no se la voy a repetir: ¿quién liberó al pueblo hebreo de su esclavitud en Egipto?
No lo pensé dos veces para responderle.
–Moisés. Lo siento, no se ganó los veinte pesos.
–Suave, suave, papito, no cante victoria porque perdió; contestó mal.
–¿Cómo que contesté mal? Lo dice el libro de Éxodo: fue Moisés.
–No, señor; Moisés fue el instrumento humano, pero quien liberó a los hebreos fue Dios.
–Mis respetos, Pibe. Tiene usted razón. Tome los veinte pesos.
Aquel hombre me abrazó, me dio una cachetada cariñosa, me regaló un “Dios lo bendiga” y se marchó en busca de su trago.
Me quedé parado en la acera, saboreando mi amarga goma teológica, en un puro desconcierto.
Ese día me dolieron las teclas de la vanidad…
José David Guevara Muñoz es periodista.
