El suplemento Áncora de La Nación , del domingo 18 de enero del 2009, publicó un artículo escrito por Iván Molina Jiménez bajo el ignominioso título de “Construir un escritor” . En su artículo, el autor pretende descalificar a Carlos Luis Fallas.
Mediante abundantes citas de diplomáticos de los “Esteits” Unidos de Norteamérica, don Iván –alajuelense como Calufa , según me informan algunos historiadores– asegura que “la descalificación de Mamita Yunai (1941) fue muy sentida por los comunistas”, y agrega que “construir la identidad literaria de Fallas y legitimar la literatura que él producía fueron otras de las tantas luchas que los comunistas libraron en el decenio de 1940”. Señalaba, de paso y despectivamente, que fuera del círculo comunista, “fue limitado el reconocimiento dado a Fallas y al tipo de literatura que él escribía”.
Este fue el homenaje que Iván Molina –Iván el Terrible– rindió al afamado y leído escritor costarricense que, el 21 de enero del 2009, cumplirá el primer centenario de su nacimiento.
Verdades a medias. Nada más lejos de las verdades a medias que cuenta Molina desenfadadamente. Carlos Luis Fallas fue un gran novelista y una gloria para las letras patrias. Mamita Yunai ha alcanzado incontables ediciones en una multitud de idiomas, y la sexta edición de Marcos Ramírez fue traducida al francés, entre varias otras lenguas de todo el mundo, y publicada en Francia, meca de la literatura universal, por la más famosa y prestigiosa editorial de ese país, Gallimard, en el año 1956, en la colección dirigida por el mítico crítico literario Roger Caillois, junto con las obras Capitanes de la Arena, de Jorde Amado, Ficciones, de Jorge Luis Borges, El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, Maestros y esclavos, de Gilberto Freyre, Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, El Túnel, de Ernesto Sábato, Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes, y muchas otras de reconocidos y afamados escritores.
El lector de Marcos Ramírez (1952) sigue con emoción la educación de un joven costarricense, en el que hierve toda la fuerza popular y que, hasta la última página de la novela, mezcla el realismo y el humor con el coraje del pueblo.
Para la escritora Elizabeth Portugués de Bolaños –exenta de toda sospecha comunista–: “En las obras de Carlos Luis Fallas sobresale la pintura de los usos y las costumbres de las gentes del campo o de la costa, con un realismo vigoroso y descarnado. Busca más las reacciones de sus personajes que las expresiones puramente literarias. El paisaje está incorporado con gran propiedad”.
Por su parte, el recordado escritor León Pacheco afirma: “Hay libros que son únicos en la literatura de la una nación; Marcos Ramírez es único en nuestra literatura. Si mañana desapareciera todo cuanto se ha escrito en nuestro país –¡la memoria humana es árida y justa!– y solo se salvara esta narración, el genio de nuestro pueblo seguirá siendo lo que es con su socarronería, su malicia, su desconfianza, su cartaguismo, su lengua ácida y expresiva. Marcos Ramírez es para nuestras gentes lo que Tom Sawyer , de Mark Twain, es para el pueblo norteamericano: el arranque de su genio universal que siempre está en el ombligo de sus niños, que son espontáneos por niños, y sabios porque no saben nada de nada”.
Panteón de escritores. Al Gobierno de Costa Rica y a su ministra de Cultura, a quien no tengo el gusto de conocer e ignoro de qué se ocupa, respetuosamente les sugiero que a partir del próximo miércoles 21 de enero inicien las gestiones necesarias para adquirir por cuenta del Estado la abandonada bóveda, situada en el Cementerio de Obreros, donde descansan los restos mortales de Calufa , para convertirla, con las manos de los mejores escultores y arquitectos costarricenses, en el Panteón de los Escritores Nacionales.
A Carlos Luis Fallas –hijo extramatrimonial de un músico de Santo Domingo de Heredia–, zapatero remendón, mecánico y huelguista, lo pude ver y estrechar su ruda mano en una sola ocasión. Era yo estudiante de Estudios Generales en la Universidad de Costa Rica. Mi profesor de castellano, el pequeño y sabio director madrileño de la Cátedra de Español, el doctor Guillermo Verdín, lo invitó a impartir a los estudiantes una conferencia sobre su obra literaria.
Carlos Luis Fallas narró con malicia que el principal personaje de su novela Gentes y gentecillas (1947) lo había elaborado a partir de una señora muy amiga suya. Los estudiantes presentes nos desternillamos de la risa, pero Calufa inmediatamente aclaró: “Amiga, sí, pero no tanto como ustedes se están imaginando”.