
El 12 de julio de 2021, Vladimir Putin publicó su ensayo “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos”, en el que niega la existencia de Ucrania como nación independiente. Desde entonces, insiste en dejar un legado que permita a la Federación Rusa recuperar los países y territorios que integraron el antiguo imperio ruso.
Según Foreign Policy, ese ensayo es una “guía clave” de las narrativas que moldean la visión de Putin y de muchos rusos. Historiadores califican sus ideas como imperialistas y la guerra en Ucrania, como un proyecto colonialista.
Días antes de la invasión, Putin negó que atacaría. No obstante, el 24 de febrero de 2022, columnas motorizadas rusas cruzaron la frontera. Tres años después, el 20 de junio de 2025, afirmó que “donde un soldado ruso ha puesto un pie… es nuestro” y reiteró que rusos y ucranianos son “un solo pueblo”, por lo que “toda Ucrania es nuestra”.
El costo humano y militar ha sido brutal. Rusia pierde alrededor de mil soldados diarios y ya suma más de un 1.100.000 soldados caídos. Han muerto generales de alto rango y se han destruido miles de tanques y equipos. Hace poco probaron suerte enviando al ataque un batallón de motocicletas y ahora también usan carros particulares o cualquier otro vehículo que esté a su alcance. Corea del Norte aportó un batallón de tanques y miles de soldados, igualmente diezmados.
En todo el mundo se suplica poner fin a la Operación Especial. En la ONU, el presidente Donald Trump recordó que lo que fue una aventura militar de tres o cuatro días de duración lleva ya más de tres años y medio, con resultados desastrosos.
Pero es ilusorio esperar que Putin detenga la guerra. ¡No puede! ¡No lo va a hacer! Porque esta guerra expansionista es su legado para la posteridad a la nación rusa. En la reciente cumbre de Alaska insinuó un freno, pero al volver a Moscú, intensificó los ataques con drones sobre aldeas ucranianas.
Su legado es tan imperioso que elimina a quien se oponga. No olvidemos que el término “defenestrar” se origina en el lanzamiento por la ventana de opositores a la Unión Soviética.
En los últimos tres años, desde el inicio de la guerra en Ucrania, más de 75 personas prominentes, oligarcas, políticos y oficiales militares rusos han muerto en circunstancias sospechosas o inexplicables. Son descritas como suicidios, caídas, envenenamientos, ataques cardíacos o tragedias familiares. También se reportan ahogamientos, asfixias y caídas por escaleras.
El diplomático Boris Bondarev renunció a la ONU y huyó con su familia. Explicó que nadie en el gobierno se atreve a cuestionar la Operación Especial: hacerlo implica perder el trabajo y arriesgar la vida. En todos los niveles, impera un temor absoluto que obliga a respetar la línea oficial.
Las naciones pequeñas de Europa, como Estonia, saben que podrían ser las próximas. Han incrementado drásticamente sus compras de armamento y viven en profunda ansiedad: temen juicios sumarios, gulags al estilo Alexei Navalni o incluso la muerte súbita que ha afectado a opositores rusos.
Millones de personas en el mundo comparten esa angustia. Si Rusia decide expandirse, la riqueza de cada país se destinaría a armas y defensa, en lugar del bienestar de su gente. Sufren porque no tienen alternativa ante las ambiciones de un solo hombre y su ideología.
Ese es el legado ensangrentado que Vladimir Vladimirovich Putin pretende dejarle a Rusia y al mundo.
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Fraser Pirie es empresario.