
Después de dos años de horror, la humanidad presencia un acontecimiento que parecía imposible: la firma de la paz entre Israel y Hamás, sellada en Egipto, tras uno de los episodios más devastadores de la historia reciente. La imagen de familias reencontrándose, madres abrazando a sus hijos después de tanto dolor, conmueve profundamente.
Durante dos años, el mundo observó impotente cómo la Franja de Gaza se convertía en un paisaje de ruinas y duelo. Lo que comenzó con el ataque de Hamás en octubre de 2023 y la consecuente respuesta del Ejército israelí derivó en una espiral de violencia que no conoció límites. La guerra desnudó el lado más oscuro de nuestra psiquis, la incapacidad de los esfuerzos humanitarios y el fracaso de la diplomacia internacional.
Con la firma del acuerdo en Sharm el-Sheij, emerge una esperanza tenue pero real. Egipto, Catar, Turquía y Estados Unidos fueron mediadores del pacto que concreta el alto el fuego, la liberación de rehenes israelíes y prisioneros palestinos, la apertura de corredores humanitarios y un plan de reconstrucción.
No es un final. Es un comienzo frágil que se sostiene por el deseo de no repetir la barbarie. Un comienzo que se observa incierto y a media luz entre el polvo de los escombros.
Heridas abiertas
El conflicto palestino-israelí tiene raíces profundas. Sus antecedentes son ancestrales. Sin embargo, la historia reciente se remonta a 1947, cuando la partición del territorio aprobada por las Naciones Unidas dio origen al Estado de Israel. Desde entonces, la región vivió una sucesión de guerras, ocupaciones y desplazamientos forzados.
Los Acuerdos de Oslo de 1993 ofrecieron una ventana de paz. Por primera vez, Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se reconocían mutuamente. La esperanza duró poco. Diferentes conflictos llevaron al colapso a la Autoridad Palestina, desdibujando la paz que se venía construyendo.
Es desgarrador observar a las personas remover con sus manos escombros en lugares donde alguna vez estuvieron sus hogares, con la esperanza de encontrar a sus seres queridos desaparecidos. Entre los restos de concreto y polvo, se mezclan el miedo, la fe, el horror y la persistencia del amor. No hay escena más conmovedora que la de quienes, entre ruinas, buscan a los que aman.
La guerra no solo destruyó edificaciones: quebró la confianza, sepultó valores elementales del derecho internacional y multiplicó el resentimiento. Ningún conflicto moderno había dejado una huella tan profunda en la conciencia moral internacional.
Un punto de partida
El acuerdo firmado abre un rayo de luz, pero los desafíos son enormes. La primera prueba será el permanente cumplimiento de los compromisos. En conflictos anteriores, las treguas se rompieron en cuestión de semanas.
La segunda será la efectividad de la gobernanza: ¿quién administrará Gaza después de Hamás? Egipto y otros proponen un modelo híbrido temporal. La tercera será la justicia: construir, reparar y sanar la confianza perdida. Sin esto, la paz será efímera y moralmente vacía.
Hay razones para creer. La sociedad israelí, golpeada por sus pérdidas, exige que esta vez la política prime sobre la venganza. En Gaza, el anhelo de vivir sin miedo y sin hambre es más fuerte que cualquier ideología. Las familias que han perdido todo reclaman solo el derecho a la supervivencia y la dignidad.
Mirar hacia un nuevo horizonte
El acuerdo también es una lección. La reconstrucción de Gaza será una tarea titánica. Se calcula que más del 70% de las viviendas han sido destruidas. La infraestructura sanitaria está colapsada. Será difícil sanar las heridas invisibles: el trauma, el odio, el miedo, el rencor.
La paz no se reduce a la ausencia de disparos. Se traduce en escuelas abiertas, hospitales funcionando y niños que puedan jugar sin temor.
La comunidad internacional tiene una deuda moral y política. No basta con financiar la reconstrucción: debe garantizar que el proceso conduzca a una coexistencia real. La paz no llega por decreto; requiere valentía para mirar al otro no como enemigo, sino como víctima del mismo ciclo de violencia. Está claro que el sufrimiento no distingue fronteras.
El desafío humano
Quizá el mayor aprendizaje de esta guerra sea la evidencia de nuestra vulnerabilidad moral. Creímos que tras Auschwitz, Ruanda o Srebrenica, la humanidad había interiorizado las lecciones más amargas de su historia. Pero Gaza nos recordó que la crueldad sigue latente.
Mientras algunos celebran su victoria pírrica, otros lloran. El mundo entero debería reflexionar. La paz firmada no pertenece solo a israelíes y palestinos: nos interpela a todos.
El plan es un llamado a reconstruir con justicia, a creer que es posible un mundo donde prevalece la compasión y a demostrar que la humanidad es capaz de redimirse. El amanecer que surge de las sombras nos recuerda que toda oscuridad guarda, en silencio, la semilla de una nueva luz de esperanza.
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Sylvia Arredondo Guevara es periodista.