Opinar sobre el porvenir de la educación costarricense exige conocer la recién aprobada política educativa: la persona, centro del proceso educativo y sujeto transformador de la sociedad, y la política curricular en el marco de educar para una nueva ciudadanía. En mi opinión, Alejandro López los ignora en su artículo “La liviana educación posmoderna” (28/12/2017).
Afirma que “la educación verdadera se ha convertido en un ejercicio por medio del cual se comparte información”. Al contrario “una educación verdadera” no se limita a la adquisición o transmisión de información, promueve habilidades necesarias para discernir y tomar posición frente a la información disponible y esto se logra desarrollando el pensamiento crítico, analítico y sistémico, como lo propone la política curricular aprobada.
Pregunta si se están formando personas “capaces de pensar en los demás y no solo en sí mismas” precisamente hacia eso se orienta nuestro quehacer a partir de ambos documentos, no hay posibilidad alguna de realizar una educación centrada en los derechos humanos, en la cual se promueva el individualismo y el hedonismo.
Afirma que “el sistema educativo ha priorizado los derechos por encima de los deberes y responsabilidades”. Ignora que la educación es un proceso, que presupone el desarrollo integral de la persona. Todas las personas tienen el derecho de recibir el capital cultural y desarrollar las habilidades para la adquisición de competencias y el conocimiento para reconocer sus derechos y el de sus semejantes, reconocerlos, defenderlos y respetarlos.
No hay educación basada en los derechos que no desarrolle la responsabilidad y la corresponsabilidad social. De tal forma que esa disyuntiva derecho versus deberes no existe, el ejercicio y respeto de los derechos intrínsecamente implica asumir responsabilidades para con uno mismo y los demás.

Retener a los estudiantes. Cuando se afirma que “un joven que se presenta al centro educativo con el único objetivo de vender droga tiene una diminuta posibilidad de ser expulsado”, ojalá así sea, ese joven nos la pone difícil, porque, además, debemos luchar para arrancarlo de las garras del narcotráfico, donde fue subsumido por un proceso que lo trasciende, pero le garantizo que ese joven tiene más probabilidades de sobrevivir más allá de sus 27 años si logramos no expulsarlo. También le garantizo que ese joven no nació delinquiendo; ese joven fue arrastrado por el fenómeno de las drogas y nunca debemos desistir de luchar para devolverlo a nuestras aulas y sacarlo de las calles porque los niños y adolescentes es allí donde deben estar y no en las calles y mucho menos en las cárceles.
Finalmente, con su aseveración “la educación formal pierde sentido si el ser humano carece de valores” difiero, porque los valores no son en abstracto, están en correspondencia con el sistema de creencias de las personas y pueden variar en jerarquía e importancia, de manera que para alguna persona la obediencia puede ser un valor fundamental, y para otra lo fundamental es la lealtad.
En cambio, una educación basada en los derechos humanos, los valores asociados a estos son universales como universales e inalienables son los derechos humanos.
Debemos recordar que los derechos humanos implican derechos civiles, culturales, económicos, políticos o sociales, cada uno de los cuales tiene la misma importancia y no es posible jerarquizarlos; además, el ejercicio de uno implica el ejercicio de los otros, de manera que son interdependientes. Por ejemplo, el derecho a la educación requiere del derecho a la salud y es habilitante de otros como el derecho a un trabajo digno.
El respeto por los derechos humanos implica el reconocimiento de que todas las personas somos iguales y toda discriminación es inadmisible, el reconocimiento de desigualdades sociales que vulnerabilizan a poblaciones es indispensable para aprobar políticas de equidad que garanticen la igualdad de oportunidades.
Para un verdadero ejercicio de los derechos, es indispensable el reconocimiento de estos y el compromiso con su desarrollo de manera que la participación y la corresponsabilidad social son indispensables en la formación de las nuevas generaciones.
La autora es directora de Vida Estudiantil del MEP.