
Uno de los libros infantiles que leo con mi hijo se llama Don Caballito de Mar. En él, un caballito de mar recibe huevos de su pareja y recorre con ellos el mar, conociendo a otros peces.
Allí se topa a don Espinoso, don Tilapia y don Pez Aguja, papás de otras especies que también cuidan a sus pequeños.
“Se le ve a usted muy bien”, le dice don Caballito de Mar a don Bagre, a quien se topa rodeado de pececitos.
Me gusta el libro porque no moraliza, sino que muestra el cuido paterno como lo que es: la cosa más natural del mundo.
No todos los animales evolucionaron para cuido paterno, ciertamente. La mayoría no lo hace, y por mucho tiempo la creencia popular fue que los humanos desarrollamos también una división de género innata: las mujeres al cuido; los hombres a la caza, la guerra y el trabajo.
Pero esa es una idea errónea, como explica la primatóloga Sarah Hrdy en su libro Father Time. En realidad, los hombres de nuestra especie tenemos el mismo cableado genético para asumir el cuido a tiempo completo de hijos e hijas.
Hrdy cita decenas de estudios –en temas tan dispares como identificar el llanto de su hijo, actividad neuronal o la reacción hormonal al olor de bebé- y muestra que los hombres tenemos la misma capacidad para el cuido que las mujeres (o que los peces del libro), pero no todos la exploramos.
Sobre el tiempo compartido
¿Cómo se despierta este potencial? Hrdy argumenta que el factor determinante es el “tiempo en intimidad próxima”: estos largos e intensos periodos en que un hombre (padre biológico o no) pasa tiempo cerca del bebé.
Esa cercanía nos cambia. Activamos instintos muy antiguos, cambian nuestras hormonas y desarrollamos una capacidad de cuido que no sabíamos que teníamos.
Por ejemplo, un estudio en la Universidad de Lyon reclutó a 26 padres y 28 madres y los puso a escuchar grabaciones de bebé: unos eran propios y otros, ajenos.
“El mejor predictor del éxito no es el género,” escribe Hrdy, “sino cuánto tiempo la madre o el padre comparten con el bebé de manera rutinaria”.
Father Time muestra que podemos ser como don Caballito de Mar: papás que no ayudan, sino que lideran con el cuido de sus hijos. Al hacerlo, empezamos un ciclo virtuoso, donde encontramos, semana a semana, que, en realidad, sí nacimos para esto.
Así las cosas, los bebés nos transforman a los hombres, pero solo si se lo permitimos. Primero, los papás tenemos que quererlo. Y, en segundo lugar, nuestras sociedades deben estar construidas para eso.
Nadie prohíbe a los papás del 2025 pasar más tiempo con recién nacidos, o con sus niñas o niños, y conozco a muchos hombres que priorizan ese tiempo sobre, por ejemplo, el trabajo.
Pero si bien no hay veto, todos los incentivos legales y culturales apuntan a un cuido materno, apoyado por el papá, donde la carga del cuido recae en la mujer y los hombres asumen un rol periférico.
Como imagino las críticas de “no a todos”, ofrezco un ejemplo puntual: el tiempo que la sociedad nos asigna para el cuido de un recién nacido.

Licencia de paternidad
En Costa Rica, las mamás tienen cuatro meses de licencia de maternidad y sus parejas, ocho días –dos por semana durante cuatro semanas–.
Desde ese primer mes en casa, el mensaje que recibimos de la sociedad es claro: las mujeres deben estar criando sus hijos y los hombres, en el trabajo. Esta disparidad es un despropósito.
Un argumento que escucho con frecuencia es que la madre necesita ese tiempo para recuperarse del parto. Ciertísimo. Pero ¿con qué energía lo hará si al tercer día se queda sola cuando su pareja regrese al trabajo?
El lugar del papá de un recién nacido es en su casa, al lado de su bebé y acompañando a la madre.
Un hombre puede encargarse prácticamente de todo: vestir, bañar, alimentar, limpiar, estimular, sanar y arrullar al bebé. Pero, además, de recibir visitas, lavar la ropa, alistar la comida y sacar el perro a pasear.
No hay ninguna tarea o cuido que un papá no pueda hacer, fuera de amamantar, e incluso eso cambia con la extracción de leche, los chupones y los congeladores.
El otro argumento que escucho es que hay una conexión especial de la madre con el bebé. También muy cierto. Pero me gustaría que empezáramos a pensar en una conexión especial entre la madre, el bebé y el padre.
Cuando mi hijo nació, la situación fue parecida en Escocia, donde vivimos. La licencia de maternidad aquí da derecho a mes y medio pagado al 90%, otros ocho meses recibiendo la mitad del salario mínimo legal y el resto, sin paga.
Yo tuve derecho a dos semanas y, luego, al tiempo que mi pareja me “regalara” –lo que nos permitió que yo tomara sus tres meses no pagados–.
Si no hubiese existido ese mecanismo legal para transferir meses de mi pareja, habría estado obligado a renunciar a mi trabajo para cuidar a mi hijo a tiempo completo.
Pero cuando su madre regresó a trabajar, yo quedé a cargo de él. Descubrí lo que millones de madres (y muchos padres) saben: no hay nada más cansado y a la vez gratificante que cuidar tiempo completo a una personita.
Ese tiempo con él me transformó, si bien todavía no entiendo de qué manera. Tal vez nunca lo sepa.

El costo
Esta desigualdad entre la licencia de maternidad y la de paternidad no es casual, sino parte de un sistema. Por siglos, el patriarcado ha creado leyes y normas culturales que delegan el cuido (y su costo) a las mujeres.
El patriarca quiere herederos, no pañales.
Con mi hijo, entendí de primera mano el tiempo, dinero y energía que toma criar a una persona, costos que principalmente recaen sobre las mujeres y afectan la brecha salarial de género.
¿Qué pasa con los salarios de una madre y un padre en Costa Rica luego del nacimiento de su hijo?
Según el Child Penalty Atlas, las madres pierden 48% de sus ingresos, incluso después de 10 años, mientras que no hay cambios en los ingresos de los hombres. No hay ningún país en América Latina con una brecha más amplia.
Me puedo imaginar bien por qué: las mamás asumen más trabajo no remunerado en el hogar, incluyendo el cuido de niños y niñas, y toman más empleos en jornadas parciales.
En otras palabras, tener un hijo es una catástrofe financiera para las madres ticas, mientras que los hombres apenas lo notamos en el bolsillo.
Una mejor licencia de paternidad no solucionará los amplios desafíos de la equidad de género, pero puede ser un paso clave.
En primer lugar, envía una señal clara a padres y madres de que la labor es realmente compartida –lo que podría tener implicaciones a mediano plazo para la división de labores en casa–.
Pero también da un mensaje indirecto a empleadores: el costo de contratar hombres y mujeres de mi edad es similar si ambos géneros tienen una licencia similar.
Cómo ser un pez
A don Caballito de Mar le sale natural la paternidad activa, y nos toca pensar cómo imitarlo.
Un primer paso es reformar las licencias de maternidad y paternidad.
Mi intención no es quitarle meses a la madre para dárselos al padre. Tres meses y ocho días no bastan para los primeros meses de crianza, no importa cómo corte uno el queque.
En vez de eso, ambas licencias tienen que mejorar.
Un buen ejemplo es Islandia: desde el año 2021, madres y sus parejas tienen derecho cada uno a seis meses y, de ese tiempo, le pueden “transferir” seis semanas a la otra persona.
Otro es España: tras cambios en 2021 y 2025, cada progenitor tiene derecho a 19 semanas pagadas (casi cinco meses). Estas son intransferibles y las primeras seis semanas son obligatorias.
Los efectos ya se ven. En los primeros seis meses del 2025, más de 118.000 padres aplicaron a esta licencia y, en promedio, tomaron 108 días para cuidar a sus hijos, comparado a 106.000 mujeres.
Si esos números suenan inalcanzables con nuestras finanzas públicas y el clima político, nos falta imaginación. Nadie aprende en cabeza ajena, y dos años de paternidad me radicalizaron: el cuido no es un privilegio, es un derecho.
Los hombres tenemos que dar los primeros pasos en transformar este sistema. Durante mucho tiempo, hemos delegado no solo las tareas de cuido, sino la discusión del sistema de cuido a las mujeres.
Fuimos nosotros quienes creamos este sistema desigual, tras dos siglos de dominio casi absoluto de los cargos de elección popular, y los hombres debemos liderar en su transformación.
Una mejor licencia de paternidad es mejor para las familias, las mamás, los hijos y para nosotros, los padres. Es hora.
Soy parte de una generación de papás (la generación Bluey, ¿tal vez?) que queremos asumir un cuido activo, tierno y cercano. Nos toca a nosotros luchar por este derecho.
diegoarguedasortiz@gmail.com
Diego Arguedas Ortiz: es periodista costarricense y está escribiendo un libro sobre paternidad. Vive en Edimburgo, Escocia, y trabaja para el Instituto Reuters de la Universidad de Oxford.