La presentación –en la Sala de Expresidentes de la Asamblea Legislativa– del libro Piedra sobre Piedra, de Harry Wohlstein, sobre la migración y asentamiento de su padre –un judío austríaco– en Costa Rica, fue histórico por su presencia y la de la diputada Sandra Piszk; ambos, hijos de judíos a los que hace setenta años el Congreso de la República ordenó –en ese mismo edificio– expulsarlos del país por simple xenofobia.
Es esa una de las páginas más indignas de nuestra historia. Los “polacos” mayores de 16 años fueron obligados a declarar y se elaboró –de cada uno de los 743 judíos que se presentaron– una ficha sobre su condición migratoria. De no presentarse ante la comisión, serían declarados en rebeldía, según se advirtió por anuncios de prensa y radio, y telegramas.
La Comisión legislativa recomendó, por mayoría y con el único voto salvado del diputado herediano Bernardo Benavides, su expulsión del país; el Congreso aprobó lo recomendado por la comisión. Trasladado el acuerdo al Ejecutivo, la expulsión no se llevó a cabo.
Los avallasamientos contra las minorías no han estado ausentes de nuestra historia; se han repetido con diversos actores y en distintos momentos en los que se ha negado a aceptar que el nuestro es un país pluriétnico y multicultural, enriquecido por sus migrantes y diverso en su conformación. Si para avanzar en la lucha contra las discriminaciones de toda minoría es necesaria una reforma constitucional, ojalá que entonces se apruebe la modificación del artículo 1.º de nuestra Constitución Política –que impulsa el diputado Carlos Arguedas– para evidenciar así la diversidad de la sociedad costarricense.