Hace diez años escribía sobre el neopopulismo motivado por la reaparición del fenómeno en América Latina (“El fantasma del neopopulismo”, La Nación, 20 de agosto del 2006). Lejos estaba de vislumbrar su profundidad y su extensión a Europa y los EE. UU.
El fantasma del populismo recorre el mundo, encarnado en Trump, Marine Le Pen, Geert Wilders y otros, y amenaza a la democracia representativa.
¿Cuáles son las causas de este fenómeno? ¿Cuáles sus principales características? ¿Cuáles sus similitudes y diferencias?
Sombra democrática. Los populismos conviven con la democracia, son sus acompañantes permanentes como lo escribí hace una década: “Todo proceso electoral es un intento de relación directa con el pueblo y toda política democrática lleva el recurso a la teatralidad y a la emotividad…”.
La democracia representativa puede procesar manifestaciones populistas, incorporar demandas y críticas. La pulsión populista puede servir como vía para la rectificación de políticas públicas. Sin embargo, algunas democracias no pueden convivir con el populismo, las nuevas demandas las sobrepasan y las instituciones colapsan ante el peso del pueblo movilizado frente a las instituciones constituidas.
Es imperativo entender el fenómeno y no convertirlo en espectro terrorífico. La lección que se desprende es, como la han señalado Canon y Muller, que el populismo es una sombra de la democracia, siempre la acompaña, aunque carece de su riqueza, pues tan solo logra mimetizarse con ella, aunque a veces la desborda.
Por eso, convertir el populismo en un fantasma aterrorizador no ayuda a comprender sus causas.
Blanco y negro. La visión del populista es simplista, cree en un pueblo bueno y homogéneo, en contradicción con élites también homogéneas y corruptas. La complejidad de la diferenciación social se le escapa. Sobre esta dicotomía construye una narrativa factual y normativa cuyos únicos actores son el “Nosotros” (pueblo puro) enfrentados a “Ellos” (la casta, las élites intelectuales y mediáticas).
Pluralismo. El pueblo es uno y las élites son el enemigo, lo que promueve el rechazo del pluralismo; en este esquema binario, todo el que no esté conmigo está en el mal, no hay legitimidad fuera del actor único pueblo. Fuera de este pueblo, definido de manera difusa, no hay salvación ni derechos políticos.
El nazismo acuñó la famosa frase: “Un pueblo, un Estado, un líder ( Ein wolk, ein Reich, ein Führer )”. El pluralismo es el enemigo de la unidad política, pues la diversidad es un disolvente social.
Una vez en el Gobierno, los populistas rechazan la crítica y la oposición. ¿Cómo puede estar equivocado el pueblo, el soberano?
Esencialismo. La visión de la política es esencialista, la formación de la voluntad política no es un proceso de deliberación entre diversos intereses. Los populistas postulan la existencia de un bien común rígido, identificado con la voluntad popular, posteriormente encarnada en el líder, único autorizado para su expresión.
Camino de ascenso. Las elecciones, camino para la sucesión política y para la expresión de la voluntad ciudadana, solo tienen sentido para el populista en la medida en que son vía de acceso al poder. Una vez en él, solo servirán para ratificar el momento inicial y para tratar de mantenerse de manera indefinida (Venezuela, Nicaragua, Hungría).
Rediseño de las fronteras políticas. El populismo surge del fracaso institucional para enmarcar a los sujetos políticos en un orden social relativamente estable. Estas fallas se producen en momentos de crisis económica, de transformación de la estructura social y fragilizan las identidades como resultado de movimientos de desalineamiento. El populismo redibuja los bordes sociales como lo señalé en el 2006: “El populismo no es un demonio, es la construcción imaginaria de un nosotros (…), construido antagonísticamente, que aloja diversidad de demandas, unidas por el enemigo común (cólera antioligárquica, extranjero amenazante).
”El populismo surge ante rupturas del orden social y la pérdida de confianza en la capacidad del sistema político (…), es fruto del agotamiento de las tradiciones políticas y de la deslegitimación de instituciones mediadoras (partidos). Grandes y acelerados cambios también están en su origen (modernización económica, urbanización, demografía), el déficit democrático y la corrupción también lo explican”.
El trumpismo y la ultraderecha europea guardan estrecha relación con la crisis económica del 2008 y con las consecuencias negativas de la globalización.
Personalización del poder. Es una relación directa del salvador providencial con las masas, les ofrece restaurar su orgullo perdido ( let’s make America great again ) o llevarlas a nuevos horizontes (socialismo del siglo XXI), descartando intermediaciones entre el pueblo y su guía.
Para el populista, las elecciones desintegran la unidad mítica del pueblo. Al fragmentarlo en votos individuales, esta visión engendra autoritarismo. Nadie mejor para ejemplificar este autoritarismo que Daniel Ortega, quien ha señalado: “Desde el momento en que se propician partidos, se está propiciando la división de los pueblos (…). El pluripartidismo no es más que una manera de desintegrar a la nación, confrontar a la nación...”.
Los populistas son promovimientos y alérgicos a la organización partidaria (Movimiento Cinco Estrellas). Las emociones colectivas, la relación amorosa entre el líder y las masas no pueden ser ahogadas por las instituciones.
¿De izquierda y de derecha o de ninguna? Los populistas carecen de una definición en el sentido de las grandes ideologías del siglo XX. No son socialistas ni fascistas y su sujeto histórico no es el proletariado o la raza, sino el pueblo difuso. Sin embargo, existe alguna diferenciación entre ellos. El populismo vertical acude a la díada: el pueblo versus la casta o Wall Street (Podemos y Sanders), el pueblo versus los escuálidos (Chávez); mientras el populismo nacionalista xenofóbico recurre a la tríada: los nacionalistas versus las élites cosmopolitas protectoras de terceros (mexicanos, refugiados sirios o musulmanes).
Identidad y globalización. La globalización y la integración europea generan la erosión de los Estados nacionales y la sensación de pérdida de identidades, lo que produce el nacionalismo xenofóbico ( brexit, Orban) y el soberanismo (Le Pen); ambos en busca de la unidad nacional perdida ante los diferentes (el otro) a quienes se rechaza y atribuyen todos los males.
Emoción y medios. Vivimos, como lo ha señalado Vargas Llosa, en la civilización del espectáculo. Noticias 24/7, expresividad sin límites en las redes sociales, predominio de la imagen sobre el razonamiento ( homo videns ).
No es de extrañar que algunos populismos estén estrechamente asociados a lo audiovisual como es el caso de Trump con el programa El aprendiz, Chávez con Aló presidente e Iglesias en España con La tuerka. Desde esas tribunas se arrogan la representación del pueblo y eluden la intermediación de la prensa. El populismo juega sobre los deseos de gratificación inmediata y ofrece la golosina audiovisual (grandes plazas públicas de Trump).
El asalto a los cielos del poder no se realiza ahora en las armas, sino con la retórica simplista y encendida, desde el tuit y el histrionismo.
El autor es politólogo.