Dios. –– El hombre está en la tierra para hacer mi voluntad. Mi voluntad es que todos sigan el plan que yo les he puesto: Imita la vida de mi hijo que murió en la cruz. En el mundo no encontrarán libertad ni felicidad genuinas si no se pliegan a mis designios.
Diablo. –– ¿Qué entiendes por libertad y felicidad?
Dios. –– Entiendo por libertad la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por felicidad la recompensa que tendrán aquellos que elijan el bien en la vida eterna.
Diablo. –– ¿Cómo puedo discernir lo que es bueno y lo que es malo si tú no me lo indicas?
Dios. –– En efecto, sin mi ayuda no podrás discernir el bien del mal. Por eso deberás estar atento a mis designios.
Diablo. –– ¿Y cuáles son tus designios?
Dios. –– Los que he puesto para ti en forma de signos en el mundo.
Diablo. –– ¿Cómo voy a saber que esos signos los has puesto tú y no otro?
Dios. –– Para saber si los signos son puestos por mí debes creer solo en mí.
Diablo. –– Pero aun si supiera que fuiste tú quien puso los signos, ¿cómo sabré lo que significan?
Dios. –– Yo seré el garante de que lo que interpretes por los signos es lo que debes interpretar.
Diablo. –– Muy bien. Y cuando dices que la felicidad es una recompensa en el más allá, ¿eso significa que no puedo ser feliz en el más acá?
Dios. –– Ciertamente puedes ser feliz en el más acá, pero esa felicidad no se compara con la que tendrás cuando partas a mi presencia.
Diablo. –– ¿Qué debo hacer para ser feliz?
Dios. –– Lo mismo que para ser libre: Hacer lo que dictan mis designios.
Diablo. –– ¿A todo el que te pregunta estas cosas le respondes lo mismo?
Dios. –– Por supuesto que sí.
Diablo. –– Me da la impresión de que estás planteando que todos deben vivir de la misma manera.
Dios. –– ¿Qué quieres decir con eso?
Diablo. –– Quiero decir que, según tú, todos deben asumir la misma jerarquía de valores y, con ello, el mismo modo de vida.
Dios. –– Ya lo dije. No hay otro ejemplo de vida que el de mi hijo que murió en la cruz.
Diablo. –– Pero si todos actuaran de la misma manera en las mismas circunstancias, tendríamos un mundo menos diverso que el actual, donde no habría que pensar tanto nuestras decisiones pues la incertidumbre se desvanecería, no habría necesidad de inventar o crear siquiera, sería un mundo donde la libertad dejaría de ser un problema que el individuo debe asumir por su propia cuenta ¿Es eso lo que tú consideras como un paraíso? ¿Qué clase de felicidad puede obtenerse de vivir en ese supuesto paraíso?
Dios. –– Bien, al parecer ya sabes cómo es la vida en el paraíso.
Diablo. –– Me la puedo imaginar, sin duda.
Pedro J. Solís Porras es filósofo.