Existe una preocupación global acerca de la transversalidad de la inteligencia artificial en innumerables acciones humanas, incluida la posibilidad de que supere las capacidades de razonamiento, pensamiento y simulación de sentimientos.
Es esencial volver la mirada hacia el mundo físico para darnos cuenta de que hemos ido perdiendo nuestras capacidades de comunicarnos, de dialogar y, sobre todo, de alcanzar acuerdos sobre los cuales trabajar en conjunto de manera prioritaria para el desarrollo equitativo, inclusivo e innovador, y, por consiguiente, acortar la mayor cantidad de brechas.
La humanidad enfrenta retos que van más allá de posiciones polarizadas, que lo único que crean son divisiones; en ocasiones, basadas en la falsa sensación de defensa de intereses de la mayoría.
En un ambiente que fomenta las posiciones radicales y al opositor no se le ve como adversario, sino como enemigo, y la diferencia no se resuelve con argumentos, sino con insultos que originan un círculo perverso, el odio se acreciente y la inteligencia se desplaza.
El Foro Económico Mundial, no por casualidad, coloca dentro de su mapa de riesgos globales del 2024 como número uno la desinformación, y en tercer puesto, la polarización.
La carencia de diálogo en un sistema democrático es absurda, pues en lugar de construir vías de desarrollo, crea cortinas de humo que impiden a las personas ver lo que está ocurriendo. En consecuencia, el perjuicio es generalizado y lleva al estancamiento político, económico y social de las naciones.
Para ubicarnos dónde estamos y la necesidad de cooperación, retomemos tan solo el reciente informe de la Cepal, donde se mencionan tres trampas del desarrollo: la del crecimiento económico bajo, volátil, excluyente y no sostenible; la elevada desigualdad, baja movilidad y cohesión social; y las capacidades institucionales y de gobernanza poco eficaces.
No estamos siendo capaces de ponernos de acuerdo, de evitar la confusión dirigida hacia la manipulación de la verdad para predeterminar el comportamiento de las personas, que termina poniendo barreras al proceso de comunicación.
Debemos darnos una oportunidad. Es muy valioso que tengamos herramientas democráticas como el referendo para dotar al soberano de la posibilidad de decidir sobre asuntos relevantes, pero no considero oportuno recurrir a esas vías a causa de la incapacidad de dialogar y de ponernos de acuerdo.
El país cuenta con robusta institucionalidad y madurez política que ha venido evolucionando desde las grandes reformas de los años cuarenta, cuando la sabiduría ayudó a discernir que las divergencias no debían cegar el legado histórico que constituiría un país de respeto a la democracia, al pacto social y la solidez e independencia de los poderes del Estado.
Vale la pena un esfuerzo adicional, sin egos ni radicalismos, con apertura e inteligencia, para esbozar en muy poco tiempo una agenda nacional con proyectos en favor del bien común: la provisión de agua, el uso de energías limpias, el aseguramiento energético, el mejoramiento en la formación de talento y educación, luchar contra la desinformación y polarización social, potenciar la economía digital y la innovación, mejorar la seguridad, fortalecer nuestra infraestructura, disminuir la pobreza; en fin, son muchas y urgentes las áreas en las que debemos poner nuestras energías y caminar juntos.
El autor es exministro de Ciencia, Tecnología y Telecomunicaciones.
