
Imagínese ser un banco comercial en 1997 y enfrentarse a un torrente diario de cheques que entran y salen para distintas entidades financieras. Sin una cámara de compensación eficiente, determinar quién le debe a quién y cuánta liquidez se tiene disponible –algo vital para cualquier banco– era un ejercicio de incertidumbre y riesgo operativo. Ese año, Costa Rica implementó un mecanismo ordenado para netear posiciones entre bancos, transformando una operación artesanal en un proceso moderno, seguro y predecible.
Doy un salto a 2009 y observo la escena de un inquilino en Washington D. C. pagando el alquiler: debe deslizar un cheque por la ranura de la puerta del encargado del edificio. En el suelo, un montículo de cheques depositados por otros inquilinos. Casi cinco años antes, Costa Rica ya había dado un paso histórico: las transferencias electrónicas en tiempo real, disponibles incluso desde nuestras casas mediante banca en línea.
Avanzo al 2022, en medio de la grave pandemia por covid-19 que debió afrontar el mundo. Las ferias, los mercados y la interacción humana se reducen al mínimo. Aun así, las transacciones continúan porque el vendedor de verduras acepta Sinpe Móvil, lo que mitiga riesgos sin frenar la actividad económica.
En 2025, la digitalización alcanza también al transporte público. Solo entre Sinpe Móvil y las tarjetas, se realizan más de 5,5 millones de transacciones diarias, una cifra extraordinaria para un país con apenas 4,2 millones de personas mayores de 15 años, a la que se suma el resto de sistemas de pago que operan en el país.
A esto se añade un sistema robusto de autentificación frente a fraudes y ciberataques –Gaudi– que bancos y otras entidades pueden adoptar para estandarizar y elevar la seguridad de sus operaciones a un costo notablemente bajo.
A la luz del 75.º aniversario del Banco Central de Costa Rica, resulta inevitable destacar que el país cuenta con uno de los sistemas de pagos más completos, seguros y visionarios del mundo.
El sector público suele ser estereotipado como lento o rezagado, pero en este caso los papeles están invertidos: es el Banco Central el que desarrolla infraestructura tecnológica de punta que la industria privada adopta voluntariamente. Todo ello como un bien público, creado por funcionarios que reciben un salario como cualquier servidor del Estado, pero que han construido plataformas que, en el sector privado, habrían generado fortunas.
Detrás de esta transformación, hay liderazgo. Y ese liderazgo lo ha construido el personal de la División de Sistemas de Pago del Banco Central, un equipo que por décadas ha sostenido la visión, el rigor técnico y la continuidad institucional necesarios para que Costa Rica pasara del cheque físico a un ecosistema digital, universal y resiliente. Lo logrado no es fruto del azar, sino de una estrategia ejecutada por profesionales con una vocación pública admirable.
En un momento en que se discute tanto sobre la calidad del Estado, el aniversario del Banco Central invita a mirar lo que sí funciona, lo que transforma y lo que genera valor público tangible. Casos como este deberían inspirar mejoras en áreas prioritarias como la educación, la seguridad o la recaudación tributaria. El sistema de pagos costarricense –sólido, innovador y accesible para toda la población– demuestra que, cuando se alinean visión, técnica y compromiso, sí se puede.
Mauricio Soto Rodríguez es economista con más de diez años de experiencia en el Banco Central de Costa Rica. Las opiniones expresadas en este artículo no representan la posición del BCCR ni de sus órganos adscritos.